La alameda está honda,
mas no el tiempo.
La sombra,
antes de ser, ya alzaba
su pilar de armonía,
debajo de los árboles
que hoy forman la avenida.
Los álamos, si están,
ya siempre fueron álamos
o van a ser o han sido.
(Todo es brocal de Eterno
bajo este negror frío.)
Y, acaso un árbol solo
es toda la alameda.
(¡Qué oscura voz de Estío
bajo las hojas secas!)
-¿Un árbol? -¡Sólo un árbol!...
Y mi mano se acerca
para tocar el tronco
o el sueño que la asedia.
Mas ¡no hay árbol!...
La mano
abierta, insiste y palpa.
(Como la piel de un eco
una sombra resbala.)
Y... ¡otro árbol!
Y voy
y otra vez se me escapa.
(Sobre mi mano, el viento
se va cuajando en lágrimas.)
De árbol en árbol voy
formando mi alameda.
Del cielo entré en su sombra:
ahora soy sombra en ella.
¿Sombra en ella?...
¿Y mi cuerpo?...
(Un álamo, sus ramas,
húmedas por la luna,
hacia mis hombros baja.)
¿En dónde estoy?...
(Las hojas
parece que se quejan).
Los árboles me buscan,
sin encontrar mi huella.
.................................
Un árbol y otro y otro
y ninguno, son todos
los árboles que llaman...
(Pero... ¿y mi cuerpo?)
El árbol,
mueve libre sus ramas.
Cae una flor. (El viento
la ha soltado.)
Y cruza,
ya tan sólo mi ausencia.
(Sube al cielo la luna.)
¿Dónde estoy? ¿Dónde estuve?...
Y toda la alameda
se ahonda; mas no el tiempo
que la levanta eterna.
Pero, ¿quedó un suspiro?
La soledad que duerme
junto al cauce del río.
Emilio Prados en Jardín Cerrado (1946) (Ediciones Cátedra, Madrid, 2000).
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