¡Ay, ya sé por qué me brotan lágrimas!, por qué el perro no calla y araña los troncos de la tierra, por qué el enjambre de abejas me encierra
y todo zumba como un despeñadero
y mi ser desolado tiembla como un gajo.
Ahora claramente veo a la que duerme. Ay, tan pálida, su cara como una nube desgarrada. Ay, madre, allí tendida, es tu mano que están tatuando, son tus besos que están devorando.
¡Ay, madre!, ¿es cierto, entonces?, te has dormido tan profundamente que has despertado, más allá de la noche, en la fuente invisible y hambrienta?
¡Hiéreme, oh viento del cielo! con ayunos, con azotes, con puntas de árbol negro.
Hiéreme, memoria de los años perdidos, trechos de légamo, yugo de los dioses.
A las columnas del día que nace se enrosca el rosario repasado por muchas manos
y el monarca en la otra orilla restaña la sangre,
y todas las cosas quedan como desabrigadas en el frío mortal.
¿Acaso no ven al niño que sale de mí llorando, un niño a la carrera con su capa de llamas?
Yo soy, pues, yo mismo, jamás del todo crecido y tantos años confinado en esta tierra y contrito todo el tiempo, sujeto por los cabellos sobre el abismo como cualquier hijo de otros hijos
pero únicamente hijo de ti. ¡Oh, dormida, cuya túnica, como alzada por la desgracia llega al cielo y flota y se pliega sobre mi pobre cabeza!
Humberto Díaz Casanueva en Réquiem (1945), incluido en Antología de la poesía hispanomericana contemporánea 194-1970 (Alianza Editorial, Madrid, 1971, selec. de José Olivio Jiménez).
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