El Cristo miró el templo
que como un diamante recogía
la dura luz de su mirada.
Vio el templo construido
para que todo lo escrito se cumpliese
y no para durar más que el sueño del hombre.
Detrás del velo estaba el rostro
ya usado del dios.
Y el Cristo calculó suavemente sus palabras sabiendo
que formarían parta de su condenación.
Yo puedo -dijo- destruir este templo
y en tres días alzarlo.
El templo se vació de pronto en su mirada,
bogó como una nave loca en el crepúsculo,
cayó desde sí mismo a un tiempo
que los sacrificadores ignoraban
y el ritual no había
contado en sus inútiles compases.
Quebrantado gimió en sus óseos cimientos
y se llenó de rosas de papel marchito,
de arañados lagartos,
de vengativas sombras.
La blasfemia amarilla
recorrió los oídos de los sordos de piedra.
Y el Cristo, hijo del hombre,
el destructor de templos
(pues ya no quedaría piedra
sobre piedra y sólo el tiempo
de destruir engendra)
levantó su morada en la palabra
que no puede morir.
José Ángel Valente en El inocente, incluido en (Punto cero) Obra poética (Alianza Editorial, Madrid, 1999).
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Inimitable Valente, uno de mis amados poetas... me encanta ver este poema aquí.
ResponderEliminarTe dejo uno que me vuelve loca de él:
ANÁLISIS DEL VIENTRE
"Aquel vientre era para ser observado con lupa,
pues bajo el cristal cada pequeño pliegue,
cada rugosidad se hacía
multiplicado labio.
El amor, demasiado brutal,
jamás repararía,
el petulante de la viril pasión
que el aire agota de un solo trago inútil
jamás repararía.
Mas nosotros, mi amiga, analicemos
con la frialdad habitual a la que sólo
el poema se presta
la difícil pasión de lo menos visible."
Un abrazo, siempre es placentero pasearse por tu casiña.
Gracias por el poema de Valente, es bello también.
ResponderEliminarUn abrazo.