la antorcha de tus manos.
¡Qué lenta quemadura
surcaba mi letargo,
abriendo huellas rojas
en el silencio intacto!
Amanecer a oscuras.
El cielo de tus labios
cuajó de estrellas vivas
los míos extasiados,
y al borde de mis sienes
un galope de galgos
alzó vertiginoso
mi pulso desbocado.
Tus pupilas en sombra
buscaban mi regazo.
¡Qué huida hacia ti mismo!
El sendero obstinado
giraba en torno tuyo
fingiendo rumbos falsos,
para dejarme, exhausta,
a orillas de tu abrazo.
¡Acerca nuevamente
la antorcha de tus manos
a la pira fragante
de mi cuerpo sellado!
Ernestina de Champourcin en Cántico inútil (1936), incluido en Cántico inútil, Cartas cerradas, Primer exilio, Huyeron todos los istmos (Centro Cultural de la Generación del 27, Málaga, 1997, ed. de Milagros Arizmendi).
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