Tengo dos hijos, un trabajo,
una casa que da a dos calles.
Estoy vivo.
Dios me trata bien:
necesitó seis días para hacer el mundo
y para crearme a mí empleó nueve meses.
Es para estar contento.
(Y, sin embargo, me falta todo).
Me dominan impulsos de perderlo todo,
de tirarlo todo,
de tenderme en una acera
y dejarme morir
cubierto por el edredón del sol.
Soltero, casado, novicio,
siempre he permanecido solo.
He envejecido junto a mi cigarro
y mi vaso de vino,
mis dos únicos amigos.
Aun en brazos de Dios seguiré
sintiéndome desgraciado,
perdedor de todo.
Lloro por todo
lo que me va a quedar.
Lloro por todo lo que no
voy a ser capaz de perder.
Lloro por todo el sufrimiento
que he encajado
y por el que he esquivado.
Lloro por todo lo que tengo y tendré.
Quizá sea mi forma de dar gracias.
Pascual-Pedro Hernández en No me entiendo, dentro del libro El tema perpetuo (Aleceia, Madrid, 1996).
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Llueve noviembre
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Sí, será que no se entiende, pero son un montón de sentimientos sinceros.
ResponderEliminarUn beso.Cristina D.
Pa que tu veas, jeje.
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