domingo, 1 de junio de 2008

Poema del día: "Marina Tsvietaieva", de Fernando Pinto do Amaral (Portugal, 1960)

Hoy he cumplido treinta y cinco años:
en la línea del horizonte la fortaleza
palidece bajo la lluvia. Aquí estoy yo
contigo, en uno de los viejos corazones
donde late una Europa que se extingue
entre la risa idiota de los turistas austriacos
y el encanto decadente de los conciertos
de música barroca en iglesias barrocas
pero casi con vergüenza de sí mismas.

Por la mañana temprano me enteré:
lo encontraron muerto en su casa
con golpes en el cuello hasta las vértebras
y todo el día la sangre de esas venas
rebosó por el cielo y llovió sobre nosotros.
En la víspera, al final de la tarde, en Josefov,
entre decenas de sepulturas judías,
vimos los dibujos clandestinos
hechos en Terezin por algunos niños
poco antes de salir para Auschwitz.
Tal vez la mano alemana que mandó
quemar a aquellos niños
y la mano árabe que acuchilló
a un poeta en bruselas
sean tan sólo una: la mano
que desde el principio y hasta el final
siempre odió y siempre odiará
a poetas y a judíos. Y sin embargo
poemas y dibujos han de resistir
en el desorden anónimo y errante
de las almas que se exponen bajo la piedra
de las tumbas o de la tiniebla que las devora.

Después cayó la tarde: nuestros pasos
iban por Mála Strana, centelleaban
en la niebla como las voces tan eternas
del interior de las voces y sentían
una dulzura antigua en esas calles
sin peso ni medida, respirando
con bohemia ironía, una certeza
de que todo es incierto y se transforma
más tarde o más temprano
en "risa y olvido". Fue entonces
cuando atravesamos otra vez el río
y fuimos, también nosotros, dos estatuas
perdidas, escuchando apenas el sonido de las aguas,
su brillo irreal, el color del frío,
hasta que nuestros ojos desaguaron
en un silencio abierto a los pies de Dios,
en ese lugar de luz aterida
donde la muerte y la vida se confunden
y todas las heridas y todos los dolores
dejan transparentar el rostro de una estrella
desfigurada y muda, para siempre
dentro de nuestro pecho, en la palma de nuestras manos.

Fernando Pinto do Amaral en Às Cegas, publicado en la revista Manga ancha (nº 0, diciembre de 2004).

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