En el tren, de vuelta del coche restaurante
Emperatriz, nevando en los montes boscosos,
atravesando Manitoba, recuerdo
cómo algunos años después del segundo centenario
de la fundación de Halifax, cuya
fecha conmemoré con un cartel
sobre la puerta de la calle de mi padre,
en dos partes lo dividí, la mitad
de la izquierda, lo que antaño fue, antes
de 1749, el indio MicMac, la segunda
mitad, después de ese tiempo, un marino británico,
a bordo, el telescopio al ojo, navegando
hacia puerto, Mountbatten pasó en coche junto
a la casa de mi padre ese día, parte de
las ceremonias, vestido con túnica y gorra
universitarias, más tarde ese año, la mujer que sería
Reina, la entonces Princesa Isabel, atravesó
la ciudad de Halifax, en un coche blindado.
Mas yo había de recordar, como así hice,
volviendo del coche restaurante, que
algunos años después del bicentenario de Halifax,
escribí mi tercer o cuarto poema, en el
que, construido como alegoría, veía
la sociedad de hecho del Canadá
como un tren, sus pueblos divididos en clases y sub-
clases, según rango y posición, esto es,
lo que podían afirmar que poseían, o
quien podían afirmar que les poseía, sus
pueblos desgajados unos de otros mediante
tales vagones y compartimientos.
Y, recuerdo, parte de la alegoría era
el tren atravesando el túnel —oscuridad,
reforzando la condición, manteniendo a cada cual en su sitio,
por temor a que superasen el miedo y derribaran la estructura.
No es una alegoría tan buena, mis amigos
dijeron —bien, ahora que algunos de mis mejores
amigos están en la cárcel —veo sus usos,
mi desesperación de muchacho —viendo, mientras el
tren rueda atravesando Manitoba, cómo en
verdad parece que aún hay gente hambrienta en
este país, algunos de mis mejores amigos están
hambrientos, la gente está hambrienta, tienen hambre
de comida —fuera de este tren no hay
comida —dentro hay buena y mala comida,
comida que simplemente te mantendrá lo bastante fuerte
como para mantener tu sitio —comida que
simplemente basta para que sueñes
con comida mejor —y comida tan buena
que te incita a aceptar que este
tren no va a estrellarse
no puede ser cambiado, desde dentro
o desde fuera, es la mismísima obra
de Dios o de Alá, pero dónde está la comida
en este tren, en éste
para mostrarme a Alá en todas las cosas,
pues entonces, en nosotros la mejor comida,
compartimos la liberalidad
sobre este Caballo de Hierro.
Bill Bissett, incluido en Antología de la poesía anglocanadiense contemporánea (Los libros de la frontera, Barcelona, 1985, selec. y trad. de Bernd Dietz).
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