Todos le ofrecen un camino a mi alma.
Se afanan sutilmente por marcarme señales.
Muy gentiles, me dicen: - Por aquí...
Y ella los ha seguido.
A todas partes.
A la iglesia y sus confusas variedades;
también al campo, la taberna, el baile.
Adondequiera que le mostraran una consigna
pero siempre mi alma contemplaba, nada más.
Escudriñaba más allá de los peinados y el vino,
entre el cáliz y los dedos,
entre los periódicos, y la verdad.
Haciendo donativos en los cestos de ofrenda.
Húmeda con la sangre de las revoluciones,
lloró sobre toda clase de muertos, amigos y enemigos.
Porque le dolían todos los hombres.
Anduvo el mundo, el templo, las cubiertas
y las bodegas del barco.
Se sublevó y alzó su canto como un fusil de ilusión.
Caminó por libros extraños, como el moho que tiene el olor del tiempo.
Estuvo en los repartos de caridad y en los mítines políticos.
Vendió periódicos en naciones lejanas
para comprar la leche prestada del destierro.
Se introdujo en el lecho, a gemir de alegría
y amanecer llorando.
Estuvo en los andenes de pueblos remotos
y en todos almorzó en la pobreza.
Conoció de las bodas, los partos, los hospitales,
compartió con los enfermos y los heridos,
le llevó meriendas a los locos.
Los crucifijos tintinearon en su falda
y llevó carteles comunistas a la plaza,
levantó la mano aceptando la redención en locales protestantes,
adivinó el futuro en los trazos de las manos,
hizo surgir el tiempo en las cartas de colores.
Sus ojos velaban, angustiados,
porque nada la satisfacía.
Ni el suicidio, ni la colecta, ni el diezmo, ni el crimen.
Sabía que era sólo una pobre mujer
cuya patria era la tristeza.
Los pobres son de olvido, ciudadanos
del dolor universal.
El valor es su pasaporte
su vestido es el llanto.
Veía el esqueleto de pájaros en vuelo
y pequeños ataúdes de niño,
mártires boquiabiertos en el olvido.
Países de los cuales sólo se recuerdan vagas nociones
y de cuyas banderas no queda memoria.
Se preguntaba en los sitios más insólitos,
como asomándose a una cueva oscura,
qué habrá sido de las doncellas más hermosas de Babilonia
y de los hombres que tallaron las piedras en México.
Y hasta cuando durará el Museo.
Tantos espejuelos ya sin dueño,
tanta órbita sin la mirada.
Y las estrellas relucientes en la sombra donde murmura el océano.
Le hubiera gustado pertenecer.
Pero nunca a corrales, negocios, ilusiones.
La única verdad temblaba como un equilibrista, entre la duda y la esperanza.
Recuerden que soy sólo una emigrante,
inadaptada siempre y peregrina
aunque con el amor en esperanto,
ofreciéndose con el gesto silencioso del árbol.
Vagando, a ver para qué sirven mis manos sobre la tierra.
Porque este es mi único propósito,
Colocar un vendaje, ponerle los zapatos a mis hijos,
consolar una pena, repartir medicinas,
y cada vez que encuentro a un ser humano
me deshago en sollozos y ternura.
Sin pedirle a ninguno pasaporte, filiación religiosa,
carnet de partido, superficie,
color del alma, nada sino eso
que ande en dos pies y sufra,
que use su tenedor o sus pañales,
hable la lengua en que hable, me odie o me ame,
tenga o no dignidad en su persona,
el sólo requisito es que esté vivo,
que haya vivido así, que se haya muerto,
que sepa, en fin, con todo, lo que es esto.
Pura del Prado, incluido en Cinco poetisas cubanas (1935-1969) (Ediciones Universal, Miami, 1970, ed. de Ángel Aparicio Laurencio).
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