Para Steve McCarthy y Todd Bracey
Te he conocido por diversos nombres
pero hoy eres Larry Levan,
tu mano sobre el plato en la humeante
sala del recuerdo de un feligrés del Garage.
Sigues el ritmo de ‘When Doves Cry’,
mientras sacudes tus caderas,
y el sudor te gotea desde el pelo
color del grito de James Brown.
Rey de King Street, todavía nos movemos
bajo el mismo sonido, aunque algunos
no sepan que es tu tumba
sobre la que danzamos, dominando la pista
el machismo vencido por el ritmo —
todos los listillos son unos fantasmas
si el DJ toca ‘Heartbroken’
en el momento justo para estos pies cansados.
Enséñanos a transformarnos, Legba,
debes saber que yo sabría reconocer tu acostumbrado
shuffle, ese miembro fantasma, en cualquier sitio;
que veo tu mano en la vorágine
de una pareja, en medio de la pista,
deslizándose resbaladizos y veloces como un corte de pelo
hecho por la mano de un barbero puertorriqueño
que blande una navaja de afeitar como un pincel.
Deja que nos convirtamos en algo como ellos, una oda
a la noche, pidiendo cerveza en un lenguaje
corpóreo a un camarero que contesta
moviendo sus brazos en un arco,
al estilo Willi Ninja, para preparar una bebida
que ansiarán nuestros labios, un sabor que hemos estado
intentando desde entonces recrear.
Kayo Chingonyi, incluido en Aullido (Internet, 26 de noviembre de 2019, trad. de José Manuel Romero Santos).
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