¡Portentosa natura! Yo en mi mente
saludo tus augustas maravillas,
obra de un Dios de eterna omnipotencia;
permíteme que pueda reverente
al tiempo que me humillas
con tu magnificencia,
del Teyde abrasador cantar la cumbre,
su altura prodigiosa,
su hondo abismo y su mole cavernosa.
El astro de la luz, padre del día,
del globo de la tierra
sus rayos escondía
cuando yo penetraba
de Laguna la selva deliciosa.
Si entre el horror sangriento de la guerra
sublime Tasso en su cantar mudaba
la horrible trompa en cítara de amores
que en la selva de Armida resonaba,
del bosque de laguna Apolo en tanto
la imagen inspiró a su dulce canto.
Por él mil arroyuelos se deslizan
que en tortuoso giro
cortan del valle el plácido retiro.
Allí en largas praderas fertilizan
el plátano sabroso;
aquí verdes colinas esquivando
su falda van lamiendo
y del tronco pomposo
del drago la altivez desenvolviendo,
que de su seno abriendo las vertientes,
de púrpura matiza las corrientes.
Las frutas y las flores
lisonjean y halagan los sentidos
con su sabor y olores;
encantan los oídos
las quejas de los dulces ruiseñores,
y del canario y colorín hermosos
al par resuenan ecos armoniosos.
La bóveda perpetua de verdura
de esta selva sombría
pasó entre sus antiguos moradores
por el elíseo campo
do en eterna ventura
habitaban las sombras inmortales
de los varones y héroes virtuosos;
al tiempo que en Teyde los malvados,
testigos desgraciados
de su gloria, lloraban envidiosos
y con hondos clamores
del volcán agotaban los ardores.
Envuelta en estas lúgubres ideas
mi mente se agitaba
cuando veloz la noche desplegaba
su manto por el mundo;
las sombras por el viento descendían,
en los copados árboles caían,
y el silencio profundo
de las aves mostraba al caminante
del forzoso descanso el dulce instante.
La senda dejo y encontrar procuro
un asilo propicio a mi reposo;
busco y elijo como el más seguro
de una alta roca el hueco pavoroso,
por donde entre el horror que le acompaña
su cóncavo presenta la montaña.
Dejo el temor, y al resplandor sombrío
de las humosas teas
me adelanto con planta vacilante;
mis ojos vagan por el centro frío,
y en el ¡Gran Dios! encuentro la morada
de la implacable muerte;
ella su trono ostenta
de esta horrible mansión en el silencio...
María Rosa de Gálvez, incluido en Antología de poetas españolas. De la generación del 27 al siglo XV (Alba Editorial, Barcelona, 2018).
Un poema cargado de espiritualidad. Muy bello. Gracias por traerlo.
ResponderEliminarUn abrazo
Otra más de las poetas a recuperar.
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