Desde este instante de la luna vienen
buzones llenos de cartas de familiares.
Al fin, absorbo a Mao Tse Li
e inmediatamente me encuentro en barrios de pequeños vendedores chinos que rezan.
Vosotros, historiadores, no os olvidéis de Shangai.
Allí, una vez, las mujeres chillaban al perder el tren
y los corazones sufrían síncopes.
Las voces ensangrentadas, en automóviles de primeras ayudas,
se enredaban como los cabellos de una loca.
La camilla, jefe mío, la camilla para aquel joven desgraciado
cuyo cerebro se ha hinchado de nudos.
No es un cuento que el sol arrastra,
sino un jilguero encarcelado en el corazón.
Y te pregunto, pálido mariscal, cómo va la velada.
Un soldado tuyo no regresará esta noche
del gran combate en el que sus labios quedaron clavados
sobre el cuello de la mujer que se enganchó en la alambrada.
[Quiero acentuar el papel que juega lo femenino.
Se lanza desde su refugio
y su suave y cálida mirada es como la fina arena
que resbala por el cuello y las piernas
cuando hacemos curas de sol.
Además, sostiene un sombrero en cuyo interior se oculta
con cuidado a sí misma
y se pierde cuidadosamente como blanca casa veraniega
a la vuelta del camino.]
Callar, ¿no? Pero necesito una bala
de aquellas últimas que no se recuperan.
De noche, se deslizó en una barca.
Los centinelas pasaron sus fusiles por sus cabezas
y decían: mañana a las seis y media.
Por ello, daré vuelta a una voz mía
y vosotros os la pondréis para ir de paseo a Fáliro.
Yo, sentado en las últimas sillas del cine,
diseñaré sobre el telón la sangre
que se extiende por las gasas (a esto lo llaman
boceto de poder mundial).
Después, un viaje a Egina en donde existen
plazas y bares de sabotaje.
Hay también iglesitas y especialmente en el medio
de una de ellas brillan los cálices que son mi herencia
y me los han robado.
No me refiero a las noches con luz de luna
que vienen a escondidas
y roban mi adorno interior.
Sentid únicamente orgullo del joven
que ha repartido su esqueleto
entre quienes quedaron sin fusiles.
Dimitris Papaditsas, incluido en Antología de la poesía griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días (Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, ed. de José Antonio Moreno Jurado).
¡Grandioso poema del griego Dimitris Papaditsas, 1922-1987!
ResponderEliminarMuy buen poema, si.
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