Cuando, cansada de las preocupaciones del largo día,
y de la terrenal mudanza de dolor en dolor,
perdida y dispuesta a desesperar,
tu cálida voz me vuelve a llamar,
¡oh, amiga verdadera! ¡No estoy sola
mientras puedas hablarme con ese tono de voz!
Puesto que no hay esperanza en el mundo exterior,
doblemente aprecio el mundo interior,
tu mundo, en que ni el fraude, ni el odio, ni la duda,
ni la fría desconfianza brotan jamás;
donde tú y yo y la Libertad
tenemos soberanía indisputable.
¿Qué importa que, alrededor,
reinen el peligro y la culpa y la oscuridad,
si dentro de los límites de nuestro pecho
se encierra un cielo brillante y apacible
que calientan diez mil rayos mezclados
de soles que no conocen los días del invierno?
En verdad la Razón se queja muy a menudo
de la triste realidad de la Naturaleza,
y le dice al corazón que sufre cuán vanos
han de ser siempre sus sueños más queridos;
y la Verdad puede pisotear con rudeza
las flores de la Fantasía, recién abiertas.
Pero tú estás siempre ahí, evocando
la visión que en lo alto se cierne, y alentando
nuevas glorias sobre la primavera marchita
y llamando desde la muerte a una vida más preciosa
y hablándome en susurros, con voz divina,
de mundos reales, tan brillantes como tú.
Yo no confío en tu dicha fantasmal,
pero en la hora tranquila del crepúsculo,
con gratitud que nunca desmaya,
te doy la bienvenida, Benéfico Poder:
seguro consuelo de las fatigas humanas
y dulce esperanza cuando la esperanza desespera.
Emily Brontë, incluido en Antología de poetas inglesas del siglo XIX (Alba Editorial, Barcelona, 2021, trad. de Xandru Fernández y Gonzalo Torné).
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