I
Haced, Señor, que esta montaña me perdone,
y que a las sombras del poniente se una,
penitente. El cielo, gran ordenador, vacíe en mí
el oro de Tripolitania. Y se concierten así un verbo amarillo,
una semilla de paja, bellezas trashumantes.
Y ¡qué calma, jardines, a mí que dormir quiero!
Acompaso mi hambre al paso de los niños, acoso
el verbo ser, salvo la cesura de la espada.
Mis pies pisan el umbral de un breve comienzo.
II
Pastor, para ti dormitan las estrellas,
y su sinfonía llena tu oído.
Atemperada en do mayor, trabaja
en la renovación del gregoriano. Archivemos
los caminos, la fuente. Un gorjeo profundo
pronuncia la paz; un palmeral responde.
Y en nuestros labios el eco sin origen,
el óbolo del sueño. Una montaña aparece
que parece verde en este instante.
III
La dulzura de la mañana, este lugar magnífico y oculto,
necesidad de infinito. Oasis de Faya-Largeau,
ungüento para la piel y los ojos, para la plegaria
nos enternecéis los párpados.
Campesinos regentan las palmeras, sus flores
han sido fecundadas por justas manos. Las mujeres
a cuya vera encontramos asilo, en su velludillo
grueso y negro, se nos dedican con autoridad.
Hemos alcanzado el lugar exento de toda quemadura.
Si nos mofamos de las musas, es que la paz
asciende en capas freáticas.
El suelo florece; adorna nuestras frentes con un perfecto orgullo
Nimrod en Pierre, poussière (2004), incluido en Poesía negra. Antología de poesía africana francófona contemporánea (Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos de la Región de Murcia, 2007, selec. y trad. de A. Salom).
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Felicitaciones, querido poeta! ❤️👏🏾
ResponderEliminarMe alegro de que te guste, gracias.
Eliminar...¿donde es ese lugar excento de toda quemadura?...
ResponderEliminarmagnifica poesía !
Si, lo es, con esa espiritualidad tan propia de ese continente.
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