Ruedan cascadas vertiginosas a pura cerda de espanto
y la humareda que se desprende de las íntimas entrañas
no logra abrir una grieta en la oscura techumbre
ni establecer contacto con la norma imprevista
Mis manos se multiplican como celestes admoniciones
e irradian fuego de lázaro y ezequiel de estrellas
Apenas una ruta de hormigas las relaciona lentamente
a través de la fiebre
mientras mis dedos innumerables se
disponen en encaje de helechos
Está visto que el mundo es sólo un porvenir de apriscos
un tranvía de ciegos una ceremonia de paciencia
Y en tanto –ya lo oís- se derrumban las poderosas cataratas
como si hubiera que buscar algo en los
escuchos del subsuelo
cuando el niño inocente seca al sol su pañuelo
en el balcón de su inocencia
como si todo esto que nos custodia por todas partes
excepto por una invisible que se llama istmo
no estuviera apalabrado por un plazo de siglos
para forzarnos a segregar poemas naipes silogismos
y lágrimas de sistema intransferible
Esa humareda humareda que persiste y queda
y olvidó la única llave en el gabán del guardarropa
esa humareda que se siente Oveja
me está disimulando el tiempo viejo
me niega el atributo y la nieve del íntimo esqueleto
a cuyas costillas en falsilla de reja
una conciencia mínima de cuando en cuando asoma
Oh qué angustiosa idea de paloma
Las cerdas del espanto bajan entonces a mis mejillas
y la nube de enfrente se salpica de estigmas
Gerardo Diego, incluido en Poesía surrealista en español (Éditions de la Sirène, Parías, 2002, ed. de Ángel Pariente).
Otros poemas de Gerardo Diego
Toca aquí para ir al Catálogo de poemas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tomo la palabra: