Una sola ruina, sueño de un arco,
de una bóveda romana o románica,
en un prado donde espumea un sol
cuyo calor es calmo como un mar,
y, del mar, tiene el sabor de la sal,
el misterio resplandeciente: lo reduce,
sobre la espuma, del mar de la luz,
la ruina está sola: liturgia
y uso, ahora profundamente extintos,
viven en su estilo —y en el sol—
para aquel que comprenda presencia y poesía.
Camina unos pocos pasos, y estás en la Apia
o en la Tuscolana, allí todo es vida,
para todos. De hecho, mejor es ser cómplice
de aquella vida que no tiene estilo
ni historia. Sus significados
se confunden en la sórdida paz
indiferencia y violencia. Miles,
miles de personas, polichinelas
de una modernidad de fuego, bajo el sol
cuyo significado es también en su lugar,
se cruzan, pululando hachas
sobre cegadoras aceras, contra
la INA-Casa os precipitasteis en el cielo.
Yo soy una fuerza del Pasado.
Solo en la tradición está mi amor.
Vengo de las ruinas, de las iglesias,
de los retablos, de las aldeas
abandonados en los Apeninos o los Prealpes,
donde vivieron los hermanos.
Camino por la Tuscolana como un loco,
por la Apia como un perro sin dueño.
O contemplo los crepúsculos, los amaneceres
sobre Roma, sobre la Ciociaria, sobre el mundo,
como los primeros actos de la Posthistoria,
a los que yo asisto, por privilegio de registrador
desde el borde extremo de alguna edad
sepulta. Monstruoso es quien ha nacido
de las vísceras de una mujer muerta.
Y yo, feto adulto, vago,
más moderno que todo moderno,
buscando hermanos que no son más.
Pier Paolo Pasolini, incluido en Nayagua. Revista de poesía (nº 23, febrero de 2016, Fundación Centro de Poesía José Hierro, Getafe, trad. de Óscar Curieses).
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