No soy maga, ni sirena,
ni querub, ni pitonisa,
como en tus versos galanos
me llamas hoy, bella niña.
Gertrudis tengo por nombre,
cual recibido en la pila;
me dice Tula mi madre,
y mis amigos la imitan.
Prescinde, pues, te lo ruego,
de las Safos y Corinas,
y simplemente me nombra
Gertrudis, Tula o amiga.
Amiga, sí; que aunque tanto
contra tu sexo te indignas,
y de maligno lo acusas
y de envidioso lo tildas,
en mí pretendo probarte
que hay en almas femeninas
para lo hermoso entusiasmo,
para lo bueno justicia.
Naturaleza madrastra
no fue (lo ves en ti misma)
con la mitad de la especie
que la razón ilumina.
No son las fuerzas corpóreas
de las del alma medida;
no se encumbra el pensamiento
por el vigor de las fibras.
Perdona, pues, si no acato
aquel fallo que me intimas;
como no acepto el elogio
en que lo envuelves benigna.
No, no aliento ambición noble,
como engañada imaginas,
de que en páginas de gloria
mi humilde nombre se escriba.
Canto como canta el ave,
como las ramas se agitan,
como las fuentes murmuran,
como las auras suspiran.
Canto porque al cielo plugo
darme el estro que me anima,
como dio brillo a los astros,
como dio al orbe armonías.
Canto porque hay en mi pecho
secretas cuerdas que vibran
a cada afecto del alma,
a cada azar de la vida.
Canto porque hay luz y sombras,
porque hay pesar y alegría,
porque hay temor y esperanza,
porque hay amor y hay perfidia.
Canto porque existo y siento,
porque lo grande me admira,
porque lo bello me encanta,
porque lo malo me irrita.
Canto porque ve mi mente
concordancias infinitas,
y placeres misteriosos,
y verdades escondidas.
Canto porque hay en los seres
sus condiciones precisas:
corre el agua, vuela el ave,
silba el viento y el sol brilla.
Canto sin saber yo propia
lo que el canto significa,
y si al mundo que lo escucha
asombro o lástima inspira.
El ruiseñor no ambiciona
que lo aplaudan cuando trina:
latidos son de su seno
sus nocturnas melodías.
Modera, pues, tu alabanza,
y de mi frente retira
la inmarchitable corona
que tu amor me pronostica.
Premiando nobles esfuerzos,
sienes más heroicas ciña;
que yo al cantar solo cumplo
la condición de mi vida.
Gertrudis Gómez de Avellaneda, incluido en Poesía del Romanticismo (Ediciones Cátedra, Madrid, 2016, ed. de Ángel Luis Prieto de Paula).
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