las nuevas proezas de Juliano.
¡Apolo, a través de su palabra, se lo aclaró en Dafne!
No quería emitir ningún oráculo (¡qué inquietud!)
ni tenía intención de hablar proféticamente, si, antes,
no purificaban su templo de Dafne.
Le molestaban, explicó, los muertos de al lado.
En Dafne existían numerosas tumbas.
Uno de los enterrados en aquel lugar
era el admirable, gloria de nuestra iglesia,
el santo, el victorioso mártir Babilas.
A él se refería. El falso dios le tenía miedo.
Mientras lo sintiera cerca, no se atrevería
a emitir sus oráculos. Ni palabra.
(Los falsos dioses tiemblan ante nuestros mártires)
Se preparó el impío Juliano.
Se puso nervioso y gritó: "Levantadlo, trasladadlo.
Levanladlo y sacadlo de aquí inmediatamente.
Desenterradlo, llevadlo a donde queráis.
Sacadlo. Expulsadlo. ¡No se trata de un juego!
Apolo dijo que se purificase el templo".
Cogimos y llevamos a otro sitio la sagrada reliquia.
La cogimos y la llevamos con amor y respeto.
Y, en verdad, qué bien le sentó al templo.
Pero no tardó mucho en devorarlo
un gran incendio. Un terrible incendio.
El templo y Apolo salieron ardiendo.
El ídolo se hizo cenizas que se barren con la escoba.
Juliano reventó en cólera y difundió
- ¿qué iba a hacer?- que el incendio había sido
provocado por nosotros, los cristianos. ¡Que siga hablando!
Nada se ha demostrado. ¡Que siga hablando!
Lo esencial es que reventó en cólera.
Constantino Cavafis, incluido en Antología de la poesía griega. Desde el siglo XI hasta nuestros días (Ediciones Clásicas, Madrid, 1997, ed. de José Antonio Moreno Jurado).
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