Que cuando no se lee se contempla esa mujer con tristeza
Sin osar hablarle sin osar decirle que es tan hermosa
Que cuanto uno está por saber no tiene precio
Esta mujer pasa imperceptiblemente entre un murmullo de flores
A veces se da vuelta en las temporadas impresas
Para preguntar la hora o mejor quizás finge contemplar atentamente las joyas
De un modo insólito en criaturas humanas
y el mundo muere una ruptura se produce en los anillos de aire
Una herida a nivel del corazón
Los diarios matutinos traen cantantes cuyas voces tienen el color de la arena en orillas tiernas y
peligrosas
y a veces los vespertinos dejan paso libre a cumplidas muchachitas que conducen fieras
encadenadas
Pero lo mejor está en el intervalo entre ciertas letras
Donde manos más blancas que el cuerno de las estrellas a mediodía
Saquean un nido de golondrinas blancas
A fin de que llueva para siempre
Tan bajo tan bajo que las alas no puedan entremezclarse
Manos por las que se asciende hasta brazos tan leves que el vapor de los prados en sus
graciosas volutas sobre las charcas es su espejo imperfecto
Brazos que sólo se articulan al peligro excepcional de un cuerpo creado para el amor
Cuyo vientre llama a los suspiros desprendidos de las zarzas llenas de velos
Y que sólo tiene de terrestre la inmensa verdad helada de los trineos de miradas sobre la
extensión absolutamente blanca
De lo que no veré más
A causa de una venda maravillosa
Que es la mía en el juego al gallo ciego de las heridas.
André Breton en Le revolver à cheveux blancs (1931), incluido en Antología de la poesía surrealista de lengua francesa (Fabril Editora, Buenos Aires, 1961, selec. y trad. de Aldo Pellegrini).
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