y la Casa lo conoce, y lo lícito y lo tabú.
Este es un Ibn Jayr, siervos de Dios todos ellos,
temeroso de Dios, sin mácula, puro y jefe de fama.
Este es hijo de Fátima, por si no lo sabías,
con su abuelo a los Profetas de Dios se puso sello,
y el que digas: «¿quién es este?» no lo agravia,
pues árabes e infieles saben a quién negaste.
Sus manos son lluvia copiosa que a todos llega,
son hechas llover y nunca se agostan.
Hombre de fácil carácter, de arrebatos no temidos,
lo adornan dos cualidades, buen carácter y genio.
Portador de cargas ajenas cuando abruman,
dulce de disposición, dulces en él son los síes.
Nunca dijo «rotundamente no»,
a no ser en la profesión de fe.
Si no fuera por ella, sus noes serían síes.
Abarcó a las criaturas con el favor, se disiparon
las tinieblas, la miseria y la privación.
Si lo viera la tribu de Quraysh, diría uno de ellos:
«Los nobles actos de este son el colmo de la nobleza»
Humilla la vista avergonzado, y es humillada en su respeto,
no dirigiéndosele la palabra sino cuando sonríe.
En su palma lleva un bastón de aroma fragante,
dotado de una palma que inspira reverencia,
y de una nariz que se levanta altiva.
Casi retiene su mano al reconocer su superficie
la esquina de la Piedra Negra, cuando fue a tocarla.
Dios lo ha honrado desde antiguo, lo ha ensalzado
y todo ello lo ha inscrito el cálamo en su tablilla.
¿Qué criatura no estuvo a su cargo
por la supremacía de este, o por su favor?
Quien da gracias a Dios las dé a la primacía de un tal,
pues la religión llegó a las naciones por su casa.
Fue ensalzado hasta la cúspide de toda religión,
hasta donde toda mano queda corta,
y todo pie no da alcance.
Es nieto de alguien con quien están en deuda
el favor de los profetas, y con el favor
de cuya patria están en deuda las naciones todas.
Su abolengo deriva del Profeta de Dios,
y son buenos sus plantíos, su talento y sus prendas.
Por la luz de su nobleza se rasga la túnica de la aurora,
como el sol, a cuyo brillo se desgarra la tiniebla.
Es de un grupo al que se ama como una religión,
que se odia como odian los infieles,
y cuya cercanía es refugio y asilo.
En todo proemio, al empezar a hablar,
tras la mención de Dios, va la suya
y las palabras tienen en su nombre colofón.
Si pudiera contarse la gente de la piedad,
los suyos serían sus imanes, pues ya se dijo:
«¿Quiénes son lo mejor de la gente de su tierra?».
Y replicaron: «Ellos».
Con su generosidad no puede generoso alguno,
ni se le acerca nadie, por muy noble que sea.
Son la nube cargada cuando la miseria aprieta,
los leones son leones de Sharra,
y la desesperación es negra.
No mengua la miseria la generosidad de sus manos,
y son iguales cuando ricos que cuando pobres.
El mal y la desgracia por su amor son conjurados,
y la bondad y la gracia por él domeñados.
Zaryn al-Abidin en Wikipedia
Al-Farazdaq, incluido en Poesía árabe clásica (Titivillus, Internet, 2017, selec. de Alfonso Bolado).
Toca aquí para ir al Catálogo de poemas
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tomo la palabra: