como un hombre cansado.
Y, como una anfitriona, yo
contesté resuelta «Entra».
Entró entonces en mi habitación.
Un veloz convidado, sin pies,
a quien ofrecer una silla
era tan imposible
como ofrecer un sofá al aire.
No tenía huesos que lo sostuvieran.
Su hablar era como la arremetida
de numerosos colibríes a la vez,
desde un fabuloso arbolillo.
Su apariencia, la de una ola.
Sus dedos, al pasar,
producían una música, como melodías
que salían trémulas de un cristal.
Hizo la visita, también revoloteando;
luego, como un hombre tímido,
dio de nuevo unos golpecitos, de forma presurosa;
y yo me quedé sola.
Emily Dickinson, incluido en El viento comenzó a mecer la hierba (Titivillus, Internet, 2016, trad. de Enrique Goicolea).
Otros poemas de Emily Dickinson
Muy bonito este poema. Una poeta a tener en cuenta siempre.
ResponderEliminarGracias por compartir y un abrazo
Una imprescindible, si.
EliminarUn bello poema.
ResponderEliminarBellas imágenes dibujó la pluma de la poeta.
Geniales.
Un gusto, Fran.
Que tengas buen día ✏
Veo que eres un gran lector de poesía. Un abrazo.
EliminarMe fascinó
ResponderEliminarEncantador cómo le da vida al viento y se percibe al viento
ResponderEliminarElla conseguía esas cosas, muy buen poema.
Eliminar¿Cómo dejó la casa? el viento
ResponderEliminarImagínate.
Eliminarcual es tu reflexión?
ResponderEliminarPara vivir en soledad hay que tener mucha imaginación.
EliminarMuy bello el poema 🤩
ResponderEliminarMucho si, de los más conocidos de ella.
Eliminarpero q quiso coon q el viento llamo con golecitos
ResponderEliminarEl viento produce movimiento en la puerta que no está bien encajada y golpea.
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