Se quedaron solos:
aguardaban la velocidad de las últimas bicicletas.
Se quedaron solas:
esperaban la muerte de un niño en el velero japonés.
Se quedaron solos y solas,
soñando con los picos abiertos de los pájaros agonizantes,
con el agudo quitasol que pincha
al sapo recién aplastado,
bajo un silencio con mil orejas
y diminutas bocas de agua
en los desfiladeros que resisten
el ataque violento de la luna.
Lloraba el niño del velero y se quebraban los corazones
angustiados por el testigo y la vigilia de todas las cosas
y porque todavía en el suelo celeste de negras huellas
gritaban nombres oscuros, salivas y radios de níquel.
No importa que el niño calle cuando le clavan el último alfiler,
no importa la derrota de la brisa en la corola del algodón,
porque hay un mundo de la muerte con marineros definitivos
que se asomarán a los arcos y os helarán por detrás de los árboles.
Es inútil buscar el recodo
donde la noche olvida su viaje
y acechar un silencio que no tenga
trajes rotos y cáscaras y llanto,
porque tan sólo el diminuto banquete de la araña
basta para romper el equilibrio de todo el cielo.
No hay remedio para el gemido del velero japonés,
ni para estas gentes ocultas que tropiezan con las esquinas.
El campo se muerde la cola para unir las raíces en un punto
y el ovillo busca por la grama su ansia de longitud insatisfecha.
¡La luna! Los policías. ¡Las sirenas de los transatlánticos!
Fachada de crin, de humo; anémonas, guantes de goma.
Todo está roto por la noche,
abierta de piernas sobre las terrazas.
Todo está roto por los tibios caños
de una terrible fuente silenciosa.
¡Oh gentes! ¡Oh mujercillas! ¡Oh soldados!
Será preciso viajar por los ojos de los idiotas,
campos libres donde silban mansas cobras deslumbradas,
paisajes llenos de sepulcros que producen fresquísimas manzanas,
para que venga la luz desmedida
que temen los ricos detrás de sus lupas,
el olor de un solo cuerpo con la doble vertiente de lis y rata
y para que se quemen estas gentes que pueden orinar alrededor de un gemido
o en los cristales donde se comprenden las olas nunca repetidas.
Federico García Lorca en Poeta en Nueva York (1930), incluido en Poesía de la vanguardia española (Taurus Ediciones, Madrid, 1981, selec. de Germán Gullón).
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Y SU VOZ ATRONÓ ENTRE SU GENTE
ResponderEliminarCon voz potente, consciente de la verdad que sentía en lo profundo de su ser.
Y se acercó a su gente, y, entre niños, amigos y familia enseñó sus cartas
y se puso a leer pequeños textos, breves poemas, de seres que un día existieron.
Su cerebro se agita y se retuerce.
Las letras se esparcían ya que provenían del campo, mientras sus pisadas
que ya no son suyas, agitan la tierra y el polvo de los caminos y
cultiva piel de su alma.
¡Tierra mía! Dulce armonía del campo, de siega y recogida de frutos…
Donde lo creado se aprieta entre sus manos aflorando su jugo
que, meloso, endulza hoy su cuerpo.
Los surcos del arado, dejan al descubierto los frutos que acarrea con sus manos
y come y bebe, sobre la calor del astro que nos calienta, mientras el aire trasiega
por las hojas de los sembrados donde los vecinos trabajan y miman cosechas
de pan y vino, enardeciendo sus almas.
La sed estéril se agita y los calla, se asombran y enmudecen, mientras mastican
los ojos de las parras.
Caminamos entre ojos que nos observan y nuestros corazones se agitan y se quejan.
Su tiempo se agota y el hambre le puede y le abrasa.
En la añeja cantina, un hombre se duerme y por cuatro monedas, hoy,
lo enmudecen, mientras el hambre penetra en su choza y se hace obligado
gritar sin conciencia … otros le censuran, le roban el amor y el honor y la ira.
Se burlan y rezan a mandíbula abierta. La muerte se agita y se cuela en su choza,
mientras los caminos se agolpan sin tino y en las ciudades se sienten seguros
los que, con monedas, dominan el mundo.
Los políticos se jactan, y se elevan en sus aposentos, por viles pergaminos,
algunos sin letras: guerras y destrozos ¡muertes prematura!
Políticos que se creen dueños de todas las haciendas.
Banqueros que expolian y nos roban la sal, seres de corazón de plomo
que solo defienden su vil metal.
Por los raíles de la vida circulan trenes repletos de cosechas; barcos colmados
de grano, que terminan en sus aguas para cubrir el expediente de mercados;
otros nos roban con alquileres obscenos; comercios que nos explotan ya que
solo viven hoy los vivos y digo bien "los vivos" que nos saben explotar...
Son gusanos que nos recortan hasta la debilidad que nos retiene con maldad.
Ellos lo saben y no lo podemos evitar. Y no podemos entrar en su mundo ya que
la vida es un sueño y tiene fecha de caducidad.
Hoy canto y no por capricho. Es porque me rio y prometo. Y contrariado
les miro a los ojos y los veo: son rutinarios, no viven lo vivido.
Por eso escribo, y el que lo imprime se jacta de ello. Y canto y me recreo
encharcado entre brazos y manos, y me siento seguro mirando sus ojos
que atraen mis manos. Entre añejas chozas repletas de cántaros
y crujen las puertas, silban las ventanas de mis prioridades.
La historia me atrapa y no se hace sorda. Me silba al oído bellas
Historias, doctrinas de antaño, donde el cerebro humano está siempre disponible,
ante la razón, el amor y los sueños que hoy almacenamos.
Antonio Molina Medina
Discípulo de mi único Dios: Federico Gracía Lorca.
07/06/18
Gracias.
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