veían quemar el bosque.
Tapábanse los pechos las encinas vírgenes.
Ardían de rodillas los robles apóstoles.
Matías dijo: Nos quitan nuestra tierra.
Pájaros carpinteros, vendrán los telegramas
a fabricar sus nidos con briznas de letras.
¡Pisarán nuestro campo los postes sargentos!
No más sor encina, no más fray manzano.
El patojo Tomás, con su cesto de lunas,
hundió su puño cerrado en el ocaso.
Los labradores regresaron al pueblo
pinchando con sus trillos la pechuga del cielo.
Corrieron las madres a encuadrarse en los quicios
anudándose al cuello un pañuelo de angustia.
Y se tumbó llameando el bosque paternal
con un mugido de res moribunda.
Hasta después de muchos días
los ojos colorados del incendio
siguieron asomándose a los vidrios
y ensangrentando el pan en las casas del pueblo.
Jorge Carrera Andrade en Boletines de mar y tierra (1930), incluido en Antología de la poesía latinoamericana de vanguardia (1916-1935) (Ediciones Hiperión, Madrid, 2003, ed. de Mihai G. Grünfeld).
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