A mis pies, el mar muelle se ondula rítmico en la arena
Se orea el canto. El mar hasta las boyas se asemeja a tus ojos de algas y de arena
hasta la masa profunda de altamar, donde florecen todos los milagros
bajo los gritos blancos de las gaviotas, la espuma de las piraguas alargadas.
Por la playa rítmica, los patos salvajes sueñan en bandadas, inmóviles y mudos.
Yo sueño en mi hijo último, el hijo del porvenir de ojos de palma, de ojos de pozo sin fondo.
Sus cabellos lisos fulguran con destellos leonados
¿Dónde está di la hija de mi esperanza muerta,
Isabel la de ojos claros o Sukeina de seda negra?
Me escribiría cartas con temblor de alas locas
con imágenes coloreadas, con grandes animales de ojos de Serafín
con pájaros-flores, serpientes-manatíes tocando trompetas de plata.
Porque existe, la hija Poesia existe. Es mi pasión su búsqueda
La angustia que me hiere el pecho, de noche la joven recatada con los ojos bajos, que oye
crecer sus pestañas sus uñas alargadas.
Y tú preguntas:
- Pero ¿por qué esta bruma y estos espejismos al fondo de tus ojos en calma?
- Bello es el mar y suave el aire, como en otro tiempo al borde de los Grandes Lagos.
Léopold Sédar Senghor en Lettres d'hivernage (1972), incluido en Poesía negra. Antología de poesía africana francófona contemporánea (Colegio Oficial de Aparejadores y Arquitectos de la Región de Murcia, 2007, selec. y trad. de Francisco Torres Monreal).
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Precisamente ayer terminé de leer un texto de la escritora dominicana Aída Cartagena Portalatín sobre la negritud y la literatura africana, y lo menciona. Aída lo conoció, primero en Francia y luego lo volvió a ver en África.
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