eran las chorras de Ipiranga — un grito, un solo grito — la Santos Dumont sin capelina, piños resoplidos de bofe: corazón marchito en esas lagunillas y dobladitos, en las visiones de la
micción,
lo corpo, lo pomo de esos pises: con los piafantes can can oh: en esas barandillas; o en el limo de perdidos pasos, cantos, chatas de vieja, crasa cae
lima la ronda del mondado:
sebo y lamé:
los tocadores, de esas madames,
los corredores, de esos clochards:
lo mimo de esos pasillitos, visiones de lamé, y un tapado viscoso, como una mañanita con volados, le tronchaba
los pechos: una sierpe
se le enroscaba en las ajorcas, aros, los anillos de jade
y le daba zampazos: una raya
se ahogaba en esas lavas.
Néstor Perlongher en El chorreo de las iluminaciones (1992), incluido en Rivales dorados (Antología) (Varasek Ediciones, Madrid, 2015, ed. de Roberto Echavarren).
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