El sol de la mañana empezaba su marcha...
yo vi junto a la orilla una barca ligera
blandamente mecida por el agua de plata.
Volví cuando la noche cubría la ribera:
la barca estaba allí pero, fugaz, el agua
ya no bañaba el flanco encallado en la arena.
¡Así es nuestro destino! Cuando nace a la vida,
nuestra alma perseguida por sueños de esperanza
se columpia un instante en el mar de la dicha;
pero en cuanto la tarde tiende su oscura gasa,
la ola que nos llevaba en nieblas se disipa
y, solos, somos reos del dolor que nos ata.
Cuando llega el ocaso, dicen que la cabeza
debe hallar el descanso en cielos sin borrasca;
¡de qué le vale al sueño la noche con su tregua!
Que vuelva la mañana, el frescor y sus gracias;
pues prefiero si cabe los llantos y las nieblas
al resplandor más dulce de este sol que se escapa.
¡Quién no sueña con ver cómo vuelve de pronto
la hora cuyo encanto alumbró por su alma
arrebatos inéditos y sentidos ignotos,
cuando su alma, como la corteza aromada
que derrama, al arder, su vapor oloroso,
en llamas del amor sus tesoros exhala!
Gérard de Nerval, incluido en Antología de la poesía romántica francesa (Ediciones Cátedra, Madrid, 2000, ed. de Rosa de Diego, trad. de Pilar Andrade).
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