Comparten silencio y unas tazas de lapsang souchong.
Ella le dice que a pesar de casi no tener espiritualidad
un día de estos se va a meter a una iglesia
a rezar sin que nadie la vea. Que no da más,
que a su consultorio llegan los que de verdad no dan más.
Ella le cuenta esta noche a él el caso de un narco agonizante
al que acaba de intentar sobrevivir
presionada por la familia del moribundo
que primero le ofreció dinero y luego balas en la sala de espera.
Que vio morir a una niña de dos años por hipotermia
cuyos padres se mataron luego con veneno para ratas,
que no sé cuántos ataques de pánico le llegaron hoy,
que con una paciente se rió a carcajadas y hasta fumaron
con el ventilador y la ventana abierta,
y que hablar le hizo mucho mejor a la iñora
que ninguna otra cosa aunque de todas maneras le dio
un par de píldoras sólo en caso de extrema necesidad
(esa paciente le dio un secreto para que las empanadas
quedaran para acariciar por dentro el alma de cualquiera)
El sujeto llega en bicicleta, a las dos de la mañana
charlan, escuchan Hildergad Von Bingen,
hacen el amor como si fuera —y al parcer será— su última vez
como si la muerte les hubiera dado horas de plazo,
luego ella lo baña y le lee poemas
mientras él descansa en la bañera caliente
Él luego de hacer el amor piensa retirarse
para no interrumpir el sueño de ella,
o piensa en no moverse y poder dormir también él.
Ella presiente esa ligera incomodidad corporal:
como ambos se preocupan el uno del otro
ninguno puede dormir, además
podrían estar tocándose dos días, una semana.
Mientras no pueden dormir —además, mañana
ambos deben trabajar duro—, ella le da a él
un trocito de benzodiazepina con agua
que parece una hostia que parece un diamantito que parece
polen entre las yemas del pulgar e índice de ella,
un pedacito de hoja de ciruelo o azalea blanca
o hielo o una partícula de detergente entre los dedos
Germán Carrasco en Ruda (2010), incluido en Doce en punto. Poesía chilena reciente (1971-1982) (UNAM, México, 2012, selec. de Daniel Saldaña París).
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