del espejo laqueado, su pezcuello
dócil al mando del cendal declina
rayado el rutilar de su plumaje.
Quien por interrogar las inestables
corrientes donde anega su pellejo
arruga de nerviosas denticiones
la quilla que traslúcida corría
por parques de reflejos azulados,
impávido el azor, la crista altiva,
arriesga el hundimiento en ese anclaje.
Porque, por más que mírese a los hados,
no se retarda la fatal carrera
si tempestuoso pie pisa la pluma.
Néstor Perlongher en El chorreo de las iluminaciones (1992), incluido en Rivales dorados (Antología) (Varasek Ediciones, Madrid, 2015, ed. de Roberto Echavarren).
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