contemplando los ojos de la amada,
cuando ella, que por él también ardía,
le dijo: «Óyeme, bien mío,
no te mueras aún, que yo deseo
morir también contigo».
Tirsis frenó el deseo
que tenía de poner fin a su vida,
mas sentía la muerte de no poder morir;
y mientras fija tenía su mirada
en los hermosos y divinos ojos,
bebiendo en ellos amoroso néctar,
su bella ninfa, que llegar sentía
los mensajes de amor,
dijo con ojos temblorosos, lánguidos:
«Muere, bien mío, que yo también muero.
—Y yo —le dijo también el pastor—
contigo desfallezco y me muero.»
Fue así como murieron los dichosos amantes,
de una muerte tan suave y deliciosa
que, aun muriendo, tornaron a la vida.
Gian Battista Guarini, incluido en Antología esencial de la poesía italiana (Editorial Espasa Calpe, Madrid, 1999, selecc. de Luis Martínez de Merlo, trad. de Antonio Colinas).
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