Él es como usted,
y como yo,
completamente igual.
Hijo de campesinos de la tribu Batleta
en Kasai, vino a Stanleyville a una misión cristiana
para aprender los nombres y las fechas extranjeros.
No se encontró a sí mismo en los mapas de Europa.
Él fue un adolescente, sufrió, enfermó, tuvo miedos,
fue alegre y sencillo como el amor que trajo
un día a casa, pequeño y suficiente.
En los diarios usted ha visto su nombre.
Los que gritan la última noticia pregonan su nombre,
que es como el suyo y el mío, igual al nombre de los hombres.
Los hechos fueron éstos:
Su madre lo está llamando. Es una violeta Usumbara
que adorna en la ciudad las ventanas extranjeras.
Su madre es como un lirio azul del Cabo
y está llamándolo para siempre
como el viento en su camisa
y la lluvia en su pecho.
Cuando su padre vuelva habrán transcurrido
mil quinientos años.
Querrá narrar los días
de su tribu, y él estará aprendiendo en la misión cristiana
los nombres extranjeros.
Estará recordando su casa. Su casa al mediodía,
su padre diciendo:
«Fueron mil quinientos años, de selvas y desiertos
para que ahora aprendas, hijo».
Su madre lo está llamando
desde aquel día de 1925, cuando su padre dijo:
«Se llamará Patricio.»
Éstos fueron los hechos:
En la cárcel de Thysville los presos de la Costa de Oro
hablaban en lenguas Ewe-Akan, Yoruba, Nupe, Ibo, Edo.
¿Qué hacían estos hombres en la cárcel
recogedores de algodón extranjero y metal?
Entre los presos una mujer suplica: «un pase».
El carcelero los despierta.
Todos en África solicitan pases. Piden pases en lenguas extranjeras.
«Han sido mil quinientos años, hijo», y todavía es necesario un pase
para andar por casa, salir al patio, mirar el río y la montaña.
Para volver al bosque y encontrar que la cesta de caucho
es más grande que el sitio donde los hombres
comen, duermen y mueren. Entre los presos una mujer gritaba:
«denme para morir un pase».
Los hechos fueron éstos:
En el archivo belga congolés está su nombre, el mismo
que su padre quiso para él.
En los archivos de todos los Tratados, de las Organizaciones
donde se trama, ordena y ejecuta la muerte.
Éstos fueron los hechos:
Stanleyville, su casa, su mujer lo acaricia; él ha estado
mirándole a los ojos y piensa en los ojos cerrados de su madre.
Su mujer quiere bailar, ir de paseo con él y con sus hijos.
Su mujer está apretada a él, desnuda.
Conoce a su mujer, él que es un hombre exactamente igual a usted y a mí.
Ha escrito cartas, versos, estuvo en la Asamblea,
leyó un artículo sobre el desarme.
Mirando a su mujer piensa otras cosas, después adormecido
siente cómo es de generoso el pueblo que ama, sabe su sencillez,
sufre su suerte.
Lo matarán allí en la cárcel.
Le gustaría sentir el viento en su camisa,
la llovizna en su pecho.
Sentir a su mujer midiéndose en su cuerpo.
Ver su casa de niño, oírle las canciones a su madre,
y a su padre decir: «Han sido mil quinientos años, hijos.»
Sabe que va a morir porque es un hombre
exactamente igual,
que usted,
que yo.
Esto no importa, por toda la frontera
se extiende como un río la línea defensiva de su pueblo.
Ahora él, uno por uno, se repite los nombres de los que matan
a su pueblo y sabe que son menos los asesinos
que las fuerzas que están en la frontera.
Él era como usted,
como yo, un hombre.
Éstos fueron los hechos.
Pablo Armando Fernández, incluido en Nueva poesía cubana (Ediciones Península, Barcelona, 1970, ed. de José Agustín Goytisolo).
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Bueno leerle, gran poeta y lo mas hermoso comprometido..!!
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