El enterizo de banlon, si te disimulaba las almorranas, te las ceñía al roce mercuarial del paso de las lianas en el limo azulado, en el ganglio del ánade (no es metáfora). Terciopelo, correhuelas de terciopelo, sogas de nylon, alambrecitos de hambres y sobrosos, sabrosos hombres broncos hombreando hombrudos en el refocilar, de la pipeta el peristilo, el reroer, el intraurar, el tauril de merurio. Y el volcán, en alunadas ágatas, terciopelo, correíta de nácar,el mercurio de la moneda ensalivada en la pirueta de la pluma, blanca, flanea y fumóla en el brumulo noctural. El saurio, al que te dije, deslelicorreaba, descoloría, coloreaba, las enrancias gnomosas, como flatos de goma o silicone afluentes en el nodulo del ganglio lenitar, róseo maravedí en carbunclo alzado, lo prometido por las mascaritas, mascaba, macaneaba la mazota. Campanuda de telgopor y el frunce de la "imitación seda”, tildaban lentejuelas los breteles, esmirna, pirca de lapislázuli, Carmelo, cortióla rompiamor el encaracolado calacrí, el alacrán de la ponzoña abisagrada como esputo, o carpiólo, rompiometió en el carrancudo lince de los senos plastificados el estilete, en la cartera la tronera de una ventana vigilante, el signo del acuario en el mangle movedizo, oleante, arde de las ardillas casi en~ cintas la delicia de la mentirilla linguajar, lúpulo del burdel, pupila de éter. Corceía el lanzaperfumes su pesadilla de puttos ondulantes, como olas u onduelas bandidejas, bandidas, carricoche en la reja, el espumar, en runa la inscripción (borradiza) del himen de la verja, el alcahuete paga el servicio de la consumición, ahoga en cerveza lo furtivo del lupanar, tupido, apantallado por maltrechas écuyéres en caballitos de espinafre, la pimienta haciendo arder el sebo carnoso del ánade.
carnaval - río 1984
Convidaba a ruir al forastero bicolor el troj de la heridilla, el rastro jo de nylon del cuelga de las limas abrillantadas, borboteantes, por rizar, o retoño, del iris del palacio sororal la especula de pinza, de-piltrafa ataviada, al recoger el meollo de la oruga (campanada de flus) el reventón, contra el murillo cervecero, del pétalo ceniza, el sépalo, la siempreviva de gorgueras, gorgona, la ilustración del brillo por el óleo de orillo metaplásmico, cuyo taladro de metal oía, oye ruinar de los nematelmintos en el cabello cinto de la plata. El rigodón, minuero, al taladrar la mina de jacinto, griselda, insulsa el ruin contrabandea tics de la "banda oriental”, si era del bicolor del borda el fuelle. La filigrana filibustera y el ojo de la mano que retoca, cuando disipa el polvo ceniza, cinza de los tocados. La manopla, al destapar la alegoría de los crímenes y las encapuchadas en camisa, de fieltro, al evocar la guillotina de los peplos y la costura de la mañanita, derriban al reloj que da a la sisa la rigidez — o la consolación — de un ano faldo, en rimas de Limoges, en porcelanas y cristalerías de Limoges, en nuances vitreos. Las tigresas, por esmaltar el brin, encorsetaban la linotipista, veíasela curtir el afeite polaco de la liendre, alienada, encarpetada en cursos de rimmel solitario y potiche relleno de partidas, o pollos, gallinitas a medio curtir que circuían el bálano militar de la que oye, tras el timbal el pífano de Creso. El maleante, después de atravesar las defensas de tules, los túneles blandos del polietileno, libraba al portador del muelle lastre, lo soltaba al reojo de la incógnita aúrea, o arañar, como si de libélulas tratárase, el alguacil del tufo en el aceite aguado de una mandolina retocada, por rebuscada acaso menos lisa, oh sol de verme luminar.
(el rigor de la histeria)
el rompehielos
Alud del aludir: el respostar, reposteril membrana, en el calambre, nítido o níveo, la renda en la gárgola, la gárgara de rendas, el gor-lotear del pelandrún en la marisca de sofocos, puercoespín, himenil, el piecesillo de Farabeuf-cuando, al piscar, al ornicar, hacía hablar a los peces azules, colorados-, el truco estaba en el tricot de la cadera, en el tricostelón de la Nigeria, acantilar atlántida del oso lenguaraz. El caracol, por darle verme al ristre. La sotreta, recamada de alubias, alicia lesa en una elipsis demasiado estirada, comisura del rictus, come y sura. El huracán del buscapié y el tornado mujer, la brizna del sostén en el pajareo incontenible, el pico al piel del novio y remirándola la prímula, gorgoreo de rusas, engomadas arábigas. Listar del broderie el entusiasmo, intuito del fiestero, al gozador las lenguas se le hacen medias (o inmedias) como estambres. Firuletea el rompehielos, guiña al esguince del sotreta montado, soterrado, sotrozo de fintas en el reiterarse legañosa, en la grandilocuencia del ventrílocuo vecinal, barrado. Retornar, rocelar de la ligustrina maniatera, cuyo buril era apagado por una constelación de vidrios focos, de vidrieras rumanas vampirizando el "volga va”. Ya vista, la lechuza cairelábase en el menstruar de efebos de azabache, lame el carmín lunares de ballesta. El fechado, al saltar, de los linces el linde pajueril, rímini hosco y limosnero, cernía la cariátide de los atletas en una tirria resinosa, bocina de carbunclo, amarilleante colomí en la lingüiza. La lengüeta, por no el zapato postular, acariciaba en la sordina el ganglio de los africados, rizado ríe del agror por una rima tan deseada. Y Lita: lituana espúrea —que da a nueve, en el cerbanatar, prurito la congoja, paspa el canto. Rúe, porque unas vestes aún ampáranla.
Cosida, ya que bretel el cancro, lustre el fimo. Sinuosidad de la cerveza, el quicio rebanaba corrales, apios torcidos en el camandulear, contestados condones. Y donceles, y cordones brotados. ¿Coordinar para el torvo la nalguicie, vallejo urdir la fístula luzbélica, y por candir fosforecer el hurto, las "entrañas” asgadas - palafrenero del esfínter en la borbota carmesí? El agudo, si aguado, levitaba al pendor la córnea blanda, íntima. Fosforescencia y glauca. El vegetal, cogido por el níspero, cruza delfines con venablos.
Le daba al africado, pirulera, el cerúleo candor, maromas de aduanera, en el dejar pasar de la congonha por la estría porosa. Le preguntaban si había venido de hidroavión por medir el peso de sus glúteos, el fibroma de cincuenta libras bajo los cambaceres del tul-cito, leonel mirón de pie en la leonera o liorna de los monos semi-desnudos, depilados, la cera negra de Treblinka en el tremor timbrado de la flema. La gema, chai de felpa, yeminal, al conjuro de las malaquitas traicionaba la dureza, ya glacial, del derrame, en la refistolería de morados y milhos verdes, pirateados por el malandro en la boca del subte semienterrado, semicorredizo por los ojos de buey de los cinturones y los bagres pintados en la costa con calcomanías de carey. Repujados, altivos. Contorsionistas del desfile, el paseo de los caimanes en la bandolera resinosa. El picoteo de las madréporas en los collares del Vesuvio, el efluvio de pinga en el pingóte ("me acarició la yema”) las borrachas, flexibles, gárrulas, limosas en el fluxo del glande, el fijador acuoso de pegaso lujar, o iglesinesco, líe lioneras de azulejos con polvo de canarios, o de albatros, pájaros prietos en un fondo de cielo azorado. Al azotarla, al blandir la excrecencia pegajosa, la creciente, la ceceosa esmeralda, rotulaba con el blandor de la alegría la estría del goloso, sollozante y fugaz jubiloso. Hazmerreír, de pantas y palmeras, la nevera del báñalo en el banal tambor, el repicar de los badajos en los goteos (acueductos) de una furiosa farsa.
Néstor Perlongher en Alambres (1987), incluido en Rivales dorados (Antología) (Varasek Ediciones, Madrid, 2015, ed. de Roberto Echavarren).
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