miércoles, 27 de julio de 2016

Poema del día: "Sonata para pasar esos días, y piano", de Roberto Fernández Retamar (Cuba, 1930-2019)

Que realmente fue tremendo,
Entre bombas que casi seguro que llegaban
Y cohetes que finalmente se fueron,
Y que si sí y que si no.
El kennedi hasta habló de cenizas en los labios,
Y los pedantes dijeron: Eliot, Eliot.
Pero la mayoría no dijo casi nada
(O se limitó a decir a los amigos: «Fue bueno haberte conocido»):
Se puso el uniforme de miliciano,
Y a ver qué es lo que había que hacer.
Cada mañana, cuando se abría los ojos,
Venían y le decían a uno: anoche pasamos un peligro tremendo,
Estuvimos a punto de termonuclearnos todos en el planeta.
Uno se sentía contento de haber amanecido.
El día empezaba a estirarse lenta, lentamente.
Cada hora, cada minuto eran preciosos,
Y en cada hora pasaba un montón de cosas.
Entre las seis y las ocho llegaban los periódicos, el café con leche y las primeras llamadas.
A las ocho era despedirse a lo mejor para siempre.
A la tercera o cuarta vez de hacerlo, la imagen de Héctor y Andrómaca se había debilitado mucho.
Entre las ocho y las diez, rodeados de gente que llegaba, llamadas, saludos, mensajes,
Las noticias más frescas empezaban a desbordar las redacciones:
Se conversaba, no se conversaba, si se conversara.
Conversación, sinversación, verconsación.
A la hora de almuerzo se había adelantado muy poco y se comía sin apetito.
Después había una reunión, otra reunión, la misma reunión.
Alguien llegaba con nuevas noticias: cartas cruzadas, palabras cruzadas, dedos cruzados.
Los que entraban y salían iban oscureciendo el día
Hasta que era de noche nuevamente.
El periódico de la tarde por una vez tenía noticias distintas a las de la mañana.
A la hora de acostarse (aunque fuera sobre una dura mesa de palo)
Parecía que, en fin, según, sin, so, sobre, tras,
Con esa esperanza copiosa se dormía,
Aunque sabíamos que a la mañana iban a decirnos
Que por la noche habíamos corrido un peligro mortal.
Era necesario dormir ese peligro, como el viajero del avión
Que se entera, al llegar a tierra,
Que durmió la noche sobre el Pacífico con un solo motor en el aparato,
Y recuerda que se había olvidado de asustarse.
A las setentidós horas, ya se conocía el ritmo:
Peligro mortal - amanecer - pesimismo - poco almuerzo - posibilidad - dormir -
Peligro mortal - etc.
Entonces vino lo que vino y lo que se fue
Y vino que,
Entonces,

—El piano, por favor.

Roberto Fernández Retamar, incluido en Nueva poesía cubana (Ediciones Península, Barcelona, 1970, ed. de José Agustín Goytisolo).

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2 comentarios:

  1. Me ha gustado mucho el artículo, me ha recordado mucho a esos días en los que era pequeña e iba a la librería de mi casa a leer con la dueña, que momentos

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