Alegría, reina de los sabios,
que te alaban con lira dorada
y flores alrededor de sus cabezas,
tranquilos cuando la necedad acecha:
Escúchame desde tu trono,
hija de la sabiduría, cuya misma mano
enlazaba siempre en tu corona
sus rosas más hermosas.
Rosas que con hojas frescas
florecen inmortales, a pesar del viento del norte,
a pesar del viento del sur, bajo tormentas,
cuando las nubes lanzan llamas:
que revuelven tu cabello ondulado,
no sólo en el pecho de Afrodita,
cuando las Gracias te cantan
o con el placer de las lencas.
Te coronan en tiempos
donde no hay ni un rayo de luz solar,
te vieron dudar de la felicidad,
vieron al tirano de nuestro mundo
que arrastraba con sus gigantescos miembros
nubes tronantes
y con plumaje espantoso
volaba entre cielo y tierra.
A ti y a tus rosas vieron
también las regiones de la noche
acercarse al trono de la muerte,
donde vigila el frío terror.
Tu senda, por la que has ido,
marcaba la tenue luz
de Cintia con mejillas llenas
quebrando las oscuras sombras.
A ti la muerte, esta señora de la vida,
no te resultaba terrible,
y ella movía inútilmente
su lanza contra ti:
porque en la campiña triste
la esperanza andaba a tu lado
y con escudo adiamantado
protegía tu cabeza.
He enseñado a mis cuerdas osadas
tu sonora alabanza,
que tal vez en tiempos venideros
oiga el mundo nonato;
he seguido los pasos del sendero florido
por donde tú caminas
y conducido a algunos hacia ti
desde tormentosas orillas:
Diosa, te ruego que seas
siempre afectuosa con tu poeta,
que él rehúse la fama que reluce,
rico en sí mismo aun sin oro;
¡que su vida escondida
pero sin esclavitud,
sin manchas, sin preocupaciones,
sea valorada por amigos sabios!
Johann Peter Uz, incluido en El Lied clásico. Haydn, Mozart y Beethoven (Ediciones Hiperión, Madrid, 2003, selec. y trad. de Judit G. Viloria).
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