¿Qué tal la suave noche? Esas plantas viciosas,
misteriosas, ¿la han embalsamado
como es de ley y ninguna, espero, de sus otras
crías lactantes han sucumbido a la bubónica?
Habrá estado ya viendo a los nerviosos, píos e interesantes
pajarillos, mi piadosa señora de misericordia,
telefonearse a todo trapo: haló, aquí con Perico,
ven a mi rama —oh esos graciosos y tan vivos
pájaros, todos, todos para la buena de la minina,
su corazón de madre es presa del dolor. Maldita, sí,
maldita peste, señora, os doy el pésame,
es una desalmada. Y ahora sí que está claro:
¿no es muy decepcionante parir? y más aquí en que incluso
el enterrador, íntimo de la casa, de sobra
conocido, que sirve también la leche calentita
casi no puede ya enterrar ni andar apenas sobre
sus alargadas patas, las de atrás, ¿no es así doña Ping
de mostacho en radar, gorrito a doble pico y ojos tan femeninos?
Mejor será ahora que se siente sin tristes pesadumbres
al aire mañanero crudo y oloroso, que el sol está
aún tierno y las cortinas tienen tanta vida
con el viento fresco. Oh la del magnífico rabo plumeril,
mirad, mirad, mi querida tontuela taciturna,
cómo anda ¡irresistible! un bicho pequeñito
pero tan exquisito, por los blancos guijarros
bajo la hortensia azul celeste.
(A mi afligida gata para consolarla
de la pérdida de su cría).
Fritzi Harmsen van Beek, incluido en Antología de la poesía neerlandesa moderna (Ediciones Saturno, Barcelona, 1971, selecc. y trad. de Francisco Carrasquer).
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