Yo estaba en la más extrema eternidad,
detrás del incendio del horizonte visible—
entonces ocurrió que alguien avanzó hacia mí
sobre el borde de una estrella desconocida.
Alguien que se inclinaba hacia delante y sonreía
detrás de un velo, que le envolvía la cabeza,
y sostenía una piedra en una de sus garras
y susurraba fría y suavemente:
«Dejo caer una piedra en la órbita del cielo,
la piedra dorada, que ahora te muestro;
al instante siguiente ha desaparecido;
ya nunca más cesará de caer.
¿Entiendes, miserable, lo que hago?
Suelto una piedra cayente en tu alma;
siembro en tu ser desasosiego,
una inquietud que nunca morirá.
Dondequiera que te quemes en la morada de la luz,
en amor de mujeres, entre arbustos de blanco primaveral—
La piedra que al mismo tiempo cae, cae
en las tinieblas del destino, tienes que recordarla— — —»
— — — — — — —
* **
Y la imagen se rompió, y yo me hundí,
me hundí en mi cama — me desperté sudando;
en olas de gélido rocío de estrellas
latía mi corazón, golpe a golpe—
Pero el sueño siguió en la noche de mi corazón;
desde la juventud a la edad madura
trató en vano mi alma de coger
la piedra que cae incesantemente—
— — — — — — — —
Olaf Bull en Digte (1909), incluido en Poesía nórdica (Ediciones de la Torre, Madrid, 1999, ed. y trad. de Francisco J. Uriz).
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Clara Eugenie, La piedra
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esa piedra del designio sísifo de nuestra existencia, uufff, cae inexorablemente
ResponderEliminarsaludos
Esa es la palabra, inexorablemente.
EliminarRescatar este fragmento únicamente es una lastima, ya que el escrito en su totalidad esta para ser recuperado y prestarle toda la atención.
ResponderEliminarDondequiera que te quemes en la morada de la luz,
en amor de mujeres, entre arbustos de blanco primaveral—
La piedra que al mismo tiempo cae, cae
en las tinieblas del destino, tienes que recordarla— — —»
Esa piedra de la que habla sin duda puede hundirnos o servirnos de salvamento bien utilizada. Precioso todo lo leído hasta ahora.
Pues no sabía que era un fragmento, fíjate tu.
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