El ancho sicomoro allí esparcía su sombra:
Susana, allí escondida de los ardientes cielos,
su reflexión suspende y su paso indolente,
sobre una infante joven, a quien su amor protege,
se apoya, y su voz suave interpela al cortejo
que de hijas de Judá, de Gad y de Rubén
servirla a ella debe y bajarla hasta el baño;
y todas a porfía, solícitas rivales,
sueltan sus aderezos con sus vivaces manos.
Una quita la tiara donde brilla el zafiro
en el trozo torneado de oro liso de Ofir;
al perfumado pelo hurta sus largos velos,
y la gasa bordada de trémulas estrellas;
en la frente la perla pegada cual diadema
o en la oreja colgando como un peso inconstante;
de rubíes los collares, y, por medio de cintas,
colgado al cuello el ámbar en oro de incensarios.
Otra hace reemplazar los estrechos coturnos
con que sus pies se adornan por alfombras dispuestas;
sacando agua del baño, se rocía de antemano
los dedos aún untados de sándalo y de rosa.
Luego, mientras Susana lentamente se quita
los aros de sus manos, su adorno más preciado,
sin los dorados lazos que ceñían su pecho,
libres de los cordones, el manto de jacinto
y el lino puro y blanco como la flor de lis
que hasta sus castos pies dejan rodar sus pliegues.
¡Cuan bella estaba entonces! Un color rojo errátil
avivó de su frente el blancor transparente,
pues, en el árbol donde su ardor viene a calmarse,
un ojo ya avezado hiere aún su pudor;
mas, por fin ayudada por una esclava negra,
en un espejo líquido diríase que el marfil
se hunde, cuando su cuerpo, bajo la límpida agua
fresca y pura del río toca el fondo dorado.
Alfred de Vigny, incluido en Antología de la poesía romántica francesa (Ediciones Cátedra, Madrid, 2000, ed. de Rosa de Diego, trad. de Miguel Ángel García Peinado).
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El baño, La muerte del lobo
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Impoluta y bella...justo antes de ser descubierta y violada con los ojos...
ResponderEliminarSi, convertida en mármol al entrar en el agua.
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