pero sed con el fuego comedidos,
arded en la armonía del instante
y largamente arded: que a vuestra sombra
duración y relámpago iluminen.
En el recuerdo que se niega,
en la imagen que huye,
en la presencia que se esquiva
antes de revelarse
—podría ser yo misma—, en ese pájaro
que cae y cae y nunca toca tierra,
en la tierra que no conoce pasos,
en el agua que no tiene raíces,
en la piedra horadada y transparente,
en los surcos que mueren en la arena,
en la fronda que niega espacio a un grito,
en la pura ocurrencia de un saludo
y en su acogida o su rechazo,
en el rumor antiguo y confidente
que en realidad es el silencio
arded —sobre todo a las horas
en que en oscuridad se abre la luz
o ésta florece del ramaje oscuro,
pero sin desdeñar las horas altas
porque, opacas, lo claro, claras llevan,
no como opuesto, su contrario en vilo.
Arded en viva hoguera
pero también en su rescoldo lento
y en sus frías estériles cenizas.
Que un amor pusilánime no aborte
la purificación —ni la impudicia.
Ángel Crespo en Ocupación del fuego (1986-1989), incluido en Poetas órficos (Huerga y Fierro Editores, Madrid, 2004, ed. de Francisco Ruiz Soriano).
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