El oso yace boca arriba con las patas traseras humeando, el hocico negro húmedo aún, huellas de sangre en la tierra, los perros ladrando, se acercan, gruñen, saltan como lo hacen los perros cazadores cuando olfatean la sangre de un oso. El ojo del oso ya no los ve ni ve la alegría del cazador, sólo mira hacia lo más hondo de su bosque, su bosque de moras boreales. Cuando un oso muere, su alma huye volando con alas de helechos amarillos en el calor que se hace más fuerte. El aire tiembla, vibra, el agua mana detrás de las rocas, y un mar brillante brota y encandila, fluye, corre al fin a través de la pata herida.
Tuija Nieminen Kristofersson en El libro de los osos (1995), incluido en Mujeres en el Norte. Trece poetas suecas (Devenir, Madrid, 2011, selec. y trad. de René Vázquez Díaz).
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