A fin de huir, y huir y huir y huir.
César Vallejo
Mientras la vieja muerte, en cuclillas sentada, quema el último leño,
ellos toman la decisión de huir.
Cierran los ojos para que ningún obstáculo los detenga
y se lanzan amedrentados a través de los montes más oscuros y ariazos,
de día y de noche y no quieren saber nada más.
Son los perseguidos huyentes, acongojados.
Hasta el ruido que hace Dios degollando animales en la espesura los asusta.
En lo profundo del bosque el agua corre pura
pero no se detienen a beber.
El alma y el agua pueden ser puras
antes de llegar a las ciudades.
Un viento fresco reina en la montaña
y vital como el pecho de un joven.
Pero ellos huyen.
Sus miembros se traban en el tropel impetuoso de la huida,
muchos se quedan enredados en jirones en los árboles de hierro, el viento los desgarra,
pero no se detienen. Huyen. Huyen.
El tiempo no importa.
En medio de una gran hoguera encendida con ayuda del Diablo y de Dios
los mancebúes deliran con sus amantes, violentos como banderas,
perros llameantes aullantes
amantes ululantes
como fieras.
Pero ellos huyen.
Todos los colores buscan el negro.
Huyen. Huyen. Huyen.
Todo es demasiado largo para ellos.
En el brasero de la Muerte el último leño se ha apagado
en cenizas.
Pero la muerte mete la mano en el rescoldo para calentarse.
Ellos
no tienen Muerte que los quiera.
Jaime Jaramillo Escobar, incluido en Poesía joven de Colombia (Siglo veintiuno Editores, México DF, 1975, selec. de Gilberto Abril Rojas).
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