Recuerdo que de niños —rojas nuestras mejillas—
corríamos los dos por la nieve crujiente.
Nuestro amigo el invierno, con manos sarmentosas,
después de acariciarnos nos empujaba al fuego.
Y luego, por la noche, te brillaban los ojos
y en ellos se miraban las llamas de la estufa.
Y la vieja nodriza nos contaba la historia
que sucedió una vez a un niño revoltoso...
Pero pasó el invierno, llegó el riente mayo;
apagó sus ardores el estío.
Se escuchan otra vez los vientos del otoño
y otro invierno se acerca; despiadadas
amenazan sus manos sarmentosas...
Pero ya la nodriza en su tumba reposa
y ni siquiera ve que tú, cansada,
te apoyas en mi pecho
igual que si quisieras oír mi corazón,
pareciendo entender lo que te dice...
Y como la nodriza, en esta noche,
sensible a tus caricias infantiles,
ha avivado las llamas y te cuenta
en voz baja, al oído, aquella historia
que sucedió una vez a un niño revoltoso...
Yakov Petrovich Polonsky, incluido en Poetas rusos del siglo XIX (Ediciones Rialp, Madrid, 1967, selec. y trad. de María Francisca de Castro Gil).
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