se posa el cernícalo,
sólo un contorno.
A un lado y otro, péndulo cuatro veces,
movió (suave) la cabeza:
¿inquieto? Está
saciado; se trata
de un movimiento
reflejo: nada más
natural según
corroboran en la
cima del otero las
parejas de cuervos,
urracas, el buitre a
solas: acaba de
fondear el Arca.
Y yo me acabo de asomar al Paraíso.
Vedla, calata, traspasar el umbral de la cocina
(arco de medio punto)
con la bandeja ovalada
de peltre, yautías, el
pargo oloroso a hinojo,
una cenefa de blancas
cebollas del tamaño
del ojo del pargo:
oídme. Oídme
preguntar de dónde
las extrajo, oídla
decir que luego me
va a mostrar cómo
las trae al mundo: de
dónde de dónde y ya
estamos masticando.
El guizazo de los placeres es comestible, el
invierno inexistente, el
conocimiento consiste
en entender que Dios,
inclemente, se disfraza
de serpiente por ser
época de carnaval.
¿Ningún otro motivo?
Ningún otro motivo.
Y alzan vuelo
disparadas de dos en dos
las urracas y los cuervos,
el buitre imita a Dios al
quedarse a solas, se
disfraza de cernícalo,
oíd, el silencio se ha
vuelto absoluto,
graznar final, rechinar
los cuatro pares de
bisagras, cerrarse las
dos hojas de la puerta
del Arca (pasarela a
tierra) cuerpos sin
sombra, oíd, desde los
primeros goterones se
cobra conciencia (Noé,
y la pareja de efímeras)
de la precaria tensión
del agua, su universal
carácter.
Cómo se llama la mujer, preguntan a la mesa,
sus dos hijas reclinan
la cabeza. El (doble)
rebuzno proviene del
placer: volvió la
época del celo. Oíd,
la ovación. ¿Quiénes
son? Solo se ven sus
sombras. Un pargo
de tamaño medio
nos alimentó con sus
noches cuarenta días.
De pie. Decid (coread)
la oración.
Este es el Paraíso: la indocilidad es un disfraz,
a la una a las dos a las tres
la mujer tiene el nombre
de una Constelación:
¿hubo milagro? Suave,
solo se trata de una
vocación, crear el
Paraíso, aquí, por parejas,
Dios (que es un vago
redomado) se tomó dos
segundos, chasquido, y
ahora a cada cual, le
zumba, corresponde
(mientras le zumban
los oídos) ocultar los
mil asuntos del día
para alcanzar el
paraíso terrenal: yo,
que no soy Noé, a
solas con mi pareja,
voy a cantarle por lo
bajo, oíd, escuchadme,
la punta del pie la rodilla
la pantorrilla y (cumbre
de cumbres, Amada)
el peroné.
José Kozer en naïf (El sastre de Apollinaire, Madrid, 2013).
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