A Camille Mauclair
A lo largo de esta escalera sin fin como la escala de Ezequiel, se despliega un Pavo Real cuya cola triunfante exhibe un enjambre de ojos fabulosos; el espléndido pájaro, no obstante, peca por la enredadera de su andar y por el verbo irrisorio que el lagarto de su cuello clava como una espina en la dispersa armonía.
Cuando, hace tiempo, yo utilizaba esta escalera para ascender al Ensueño o para descender a la Realidad, siempre me escudriñaban sus ojos más grandiosos que los ojos solitarios de las cortesanas muertas; me parecía mitigar la gloriosa curiosidad de cien Vírgenes en la balaustrada de un pensionado, y de este modo el pavoneo maduraba duraznos tímidos en mis cándidas mejillas.
Todavía sana en la Vida, mi adolescencia sólo había conocido las alabanzas del firmamento de plumas expansivas; mis años primeros sólo habían recibido la genuflexión del abanico, orgulloso de mi claridad pura.
Pero, esa noche, al regresar de las ciudades insensatas, cuando pasaba ante el Pavo Real singularísimo, advertí que unos ojos crueles ocupaban el lugar de las pupilas elogiosas de antaño.
Con el fin de saber, me apoderé de sus sólidas miradas de hielo y las fundí en el brasero de mi confusión. Encontré, en el agua así obtenida, mis pecados convertidos en sapos. Furioso contra esta inoportuna videncia, quise reventar a los espías, cuando de pronto, encabritándose a la manera de un fuego de artificio, el Pavo Real exclamó:
—"Ayer, insensato, mi pavoneo festejaba tu aurora, y mi madrigal amedrentaba tu modestia rosa; ahora, mi pavoneo taladra tu claro de luna, y mi sátira debilita tu modestia verde. Entérate por las buenas o por las malas de que el Poeta ejecuta un espectáculo desde los pañales hasta el sudario, y cada uno de los muñecos es el único jardinero de los ojos que lo persiguen. Reviéntalos si puedes, mis ojos volverán a florecer. Tu ser pertenece a la muchedumbre — y yo soy la Opinión."
Desde entonces, envidioso del campesino calmo en medio del trébol y a quien protege la ignorancia, ya no me atrevo a ser bueno ni malo, para no suscitar el innumerable espionaje.
¡Oh!, ¡vivir en el corazón de las soledades, una piedra sepulcral sobre mi vida!
Saint-Paul-Roux en De la Colombe au Corbeau par le Paon (1904), incluido en Poetas franceses contemporáneos (Ediciones Librerias Fausto, Bueno Aires, 1974, selec. y versiones de Raúl Gustavo Aguirre).
Otros poemas de Saint-Paul-Roux
El pavo real, En las fronteras de lo ilimitado, La encantadora de serpientes
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