y el río del norte devórase lento como musgo
entre el frío municipio de York,
más lento que lo acostumbrado
por un frío del norte, puedes ver
a los ciudadanos otorgándose
majestuosos placeres como cisnes.
Mas se les nota fríos.
¿Por qué han sido castigados?
¿Cuál es todavía su pecado?
Una aseveración persistente
como un inmenso tumor, quiste
embrujando la carne de York.
Allí no hay sinagoga
desde el siglo XI.
Cuando ochocientos judíos
diéronse muerte entre ellos
para huir de la muerte cristiana
por la mano cristiana; y el último
murió por mano propia. El suceso
tiene la frígida persistencia de un tumor
en la carne. Es un hecho.
No hay hecho alguno que pueda agregarse,
salvo que fue en Pascua,
cuando el Dios cristiano
volvía a la vida. Es por eso,
tal vez, que están embrujados:
la fría sangre de las víctimas
más fría es, más indeleble,
más corrosiva en el alma,
que la sangre de los mártires.
¿Qué conciencia existe
del frío corazón, con sus espacios?
Nada más hondo
que una ausencia admitida.
El corazón aún caliente
no ha cerrado sus brechas.
Ausencia de judíos
entre la indiferencia o la aversión,
una brecha que penetra, una conciencia
que corroe más hondo
porque todo olvidaron
en York, la mortecina.
¿Dónde los que construyen con la piedra,
los diestros en vidrio, los finos con madera;
los pulidos, los plomeros del lino
con lenguas de tubería,
el acero gobierna enroscado en sus palmas;
los impresores; los fabricantes de doseles
—fabricantes de la institución del matrimonio?
Su ausencia es infinita,
una mandíbula que no protegen
ni la gula ni la sangre.
Haya o no dolor.
Si pudiesen sentir; si uno entre ellos
tuviera esa ternura
para tocar la dignidad,
la albañilería del frío
rostro del norte
y derretirla.
Empezaría así la expiación.
Toda Europa es tocada
por el frígido York, tal como ahora
York ha sido tocado por Europa.
Jon Silkin, incluido en Poesía inglesa contemporánea (Barral Editores, Barcelona, 1975, versión de Antonio Cisneros).
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Tomo la palabra: