Volví a leer: «puedes venir aquí, a mi casa,
y estar emboscado el tiempo que tú quieras».
Y recorrí las mil seiscientas leguas
andando muchas veces sobre piedras;
hasta que vi la casa suspendida
en un acantilado de un peñón salobre.
La distinguí por su ventana de barrotes.
Con la lengua amarada me decía:
«En esta soledad podré quedarme a salvo.
Creo que, al fin, mañana estaré en casa».
Y mañana vinieron los soldados.
Me colgaron un cinto de granadas.
Yo lancé la primera a la ventana.
Eduard Hoornik, incluido en Antología de la poesía neerlandesa moderna (Ediciones Saturno, Barcelona, 1971, selecc. y trad. de Francisco Carrasquer).
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