Para llegar al castillo
tomo un coche sucio,
que parece movido por un fuelle de acordeón
en el que sopla la alegría de los gitanos.
En sus miradas
la civilización marginada está decantando
el menosprecio puro:
el cuchillo no pregunta cómo te llamas,
el vino agrio y el olor de boñiga sobre las botas
prestan a las injurias un tono de saludo familiar.
Su pobreza no es estremecedora (prueba de ello
es el vuelo bajo de la cigüeña que busca su nido),
no tienen iglesia porque lo saben todo sobre sí mismos.
Hechizados como conejos,
bajo la luz del crimen,
tienen tiempo para echar sobre la ciudad
un puñado de churumbeles cantaores.
Estoy viviendo en una especie de cocina
de un castillo legítimo,
soy una persona ridicula: llevo metáforas
con la carretilla,
cazo un ratón con la boina para hablarle
pero él se muere de corazón
porque no me aguanta
el amor o el aburrimiento,
la soledad o el canto.
Mircea Dinescu, incluido en Antología de la poesía rumana contemporánea (Editorial Elion, Bucarest, 2000, trad. de Darie Novaceanu).
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