Al juego de corte y recorte, golondrinas que rubricáis el cielo alrededor de las torres, antes del fin del día, con leve trisar y largos aletazos, habladme de mis ensueños de antaño en los tragaluces de los tejados; vosotras también, palomas de luz, girad con vuestras gargantas de fuego, tantas veces en las nubes hemos hecho nuestros viajes y visitado otros cielos.
¡Oh, Títiro, Melibeo, qué lejos están las tardes pasadas bajo la lámpara oyendo sonar las horas en el campanario y resucitar la bella Amarilis!
Dulce era la voz de la muchacha que dejaba en el corazón un perfume de miel. Vuelvo la página donde el gato ronronea y el antepasado desciende del gran retrato para pasar la pared a hurtadillas.
Mi perro de entonces, un lulú inglés, atraviesa la estancia donde mi mano de niño lo acaricia todavía, a pesar del aire distraído de los grandes olvidados que lleva consigo y en su mirada. Viene a olfatearme y después desaparece.
Y vosotros, padre y madre míos, que vivís en mí, ¿qué han llegado a ser vuestros rostros y gestos familiares que a veces yerran todavía en vuestra buena casa, al pie de Saint-Brice, herido de muerte por la guerra y que no es más que un recuerdo?
Geo Libbrecht en Ciudad destruida, incluido en Cuatro poetas belgas de hoy (Publicaciones de la Universidad de Murcia, 1950, trad. de Dictinio de Castillo-Elejabeytia).
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