Una vez que las aseguradoras cumplieron con su parte
comenzó la reconstrucción. Pronto se empezaron a ver
las calles limpias. Los bancos abrieron sus puertas. Los
edificios con fallas estructurales producto de los deshechos
tóxicos acarreados por el agua, se trasladaron a nuevas
locaciones donde no se demoraron mucho en volver a atender al público.
Algunas escuelas sirvieron como lugar de reunión
para el consejo municipal y los grupos de evangélicos
dedicados a la prevención del consumo de estupefacientes.
No fueron pocos los que trabajaron de voluntarios.
Se hicieron bailes y sorteos de beneficiencia, colectas
con tal de reunir los fondos necesarios. El gobierno
federal puso también de su parte. Pero no vuelvas
la vista atrás. Una estatua de la libertad no siempre
es una mujer de piedra. Pero no vuelvas la vista
atrás. La plaga de los ratones la solucionaron
con un flautista. Los productores de maquinaria
agrícola acordaron reducir la semana laboral a
sólo cuatro días para así proteger las fuentes
de trabajo. Se flexibilizaron las líneas de crédito.
Y así y todo hubo quienes no quisieron sentarse
a la misma mesa. Así y todo hubo quienes negaron
haber llegado a los cuarenta, insistiendo
en leer la antipoesía como un antecedente
de las sagradas escrituras y en que las esclusas
debieran abrirse en cuanto se repongan los servicios
básicos de la ciudad. La represa no tiene tanta
capacidad como se creía y el siglo de Oro
parece una fuente inagotable de ganancias
una vez que esa tan anhelada normalidad haya
vuelto a nuestras vidas y la única preocupación
verdadera sea el baile de graduación de los alumnos
del último año. Todavía no hay un buen lugar
en donde hacerlo. El antiguo pueblo fue abandonado. Una mujer de
sal no siempre es un castigo. Aunque nadie se
diera vuelta. Una mujer de piedra no siempre
es una estatua. Pero no vuelvas la vista
atrás. La biblia y los griegos compartían
estos temores. También los poetas
exiliados de la república
española. Sin embargo
en el midwest se trata de una
historia verdadera. Sin embargo
a las puertas del Reichstag
las tropas soviéticas ondeaban
con orgullo una bandera roja. Qué
tan confiable puede ser una verdad que se
alcance a través de la observación de
uno mismo y luego agregando
simplemente un no:
no se abrirán las grandes
alamedas ni le tuve miedo a la
pobreza ni fueron vírgenes los que nunca lo fueron.
El pueblo parece prácticamente el mismo
después de escribir en las
murallas lo que otros se han
tatuado sobre la piel.
Cristián Gómez Olivares en La casa de Trotsky (Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2011).
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