Habla de esto:
un hospital
demasiado
moderno y
delantales
blancos,
prohibiciones
de fumar
a menos de
veinticinco
metros
de cualquier
ingreso al
recinto
penitenciario,
donaciones
hechas por
todos y cada
uno de
los bancos
de la ciudad,
organizaciones
sin fines de
lucro,
millonarios
cuyos nombres
aparecen
bautizando
pabellones
completos
de atención
cubierta
por un seguro
en el que
todos
piensan
pero del
que
nadie
habla
y en
el
casino,
una familia
el matrimonio
y el niño
calvo,
delgadísimo
(y lo único que alcanzas a escuchar
al pasar por el lado de su mesa
es que está funcionando el
tratamiento.
Cristián Gómez Olivares en La casa de Trotsky (Ediciones de la Isla de Siltolá, Sevilla, 2011).
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