Como se sabe, desde la aparición de las vanguardias nuestra época ha usado de la sintaxis del cinematógrafo para crear los correlatos imaginarios que las tensiones, entre realidad y deseo, otros tiempos resolvieron con la ayuda de metros y rimas. Pero entre nosotros los ejercicios poéticos han estado dominados, desde el nadaísmo y sus continuadores, por un lenguaje y unas sintaxis repetidoras de modelos difuntos. Los jóvenes sin educación se han acogido a esos lenguajes y sujetos. Parece como si viviéramos un retorno a hacer del poema una de las manchas de la psicología experimental de Hermann Rorschach, cuando el paciente ve una tinta china y sólo lee lo que desea ver. No importan las recuperaciones o invenciones del individuo sino el ofrecimiento al público de las glosolalias, desarticuladas exploraciones combinatorias, rosarios de metáforas y neologismo, sin sonido ni músicas que no alcanzan ni la nada, esa "otra cara de la existencia" que buscaba Huidobro. Un lenguaje sin correspondencias, sin referentes a la realidad o a la invención, expresión del naufragio de la vida que padecemos.
Es muy poco, en verdad, lo que se de la vida, digamos poética de Hernán Vargascarreño y aun cuando he leído en alguno que otro de sus libros anteriores, es en este donde mejor he demorado mi atención por motivos que expondré más adelante.
Vargascarreño cree haberse deslumbrado con la poesía ya bien entrado en años, luego de leer en unas traducciones, quizás de José Manuel Arango, de la solitaria de Amherst, la señora Dickinson. Más que haber buscado la musa, Vargascarreño fue invadido por ella, mudándole, como acontece desde el origen del mundo, en uno de sus médiums, más que en su beneficiario. Un elegido de los dioses, que dirían en las culturas del mundo arcaico. Por eso, a diferencia de muchos de los poetas actuales, Vargascarreño carece de un sistema de composición y no practica la poesía como fábrica sino como estremecimiento. Todas esas virtudes y defectos circulan por Piedra a piedra (Ediciones Exilio, Bogotá, 2010, Premio nacional de poesía 'José Manuel Arango').
Un libro que explora cuatro estancias, momentos y alucinaciones que padece el poeta: la mar como signo de vida, los trenes como raíles del destino, la palabra como instrumento de penetración en el mundo y cincel que talla la belleza y la muerte, enigma de la existencia.
Aun cuando desconozco si Vargascarreño ha frecuentado directamente las tesis de pensadores como Confucio y los taoístas Lao Zi o Zhuang Zi, que encarnan dos de las principales tendencias de la poesía china, enfatizando uno en las responsabilidades del individuo con sus allegados y compañeros de trabajo (decir la palabra correcta en cada caso es rectificar el camino errado, ming jiao) y los otros, resaltando la naturaleza y espontaneidad con que debemos actuar en este mundo de acuerdo con las leyes eternas del cosmos (zi ran), clasicismo y romanticismo, Apolo y Dioniso concurren en Piedra a piedra con un alarde y tesón por acertar en un blanco que sea el poema.
La sección primera de Piedra a piedra, 'Visiones marinas', es un doble homenaje al puerto de Santa Marta, donde viviera Vargascarreño varios lustros, y a Héctor Rojas Herazo, a quien cita. Pero ni la una ni el otro son retratados o reseñados en sus poemas. Se trata aquí de un viaje interior al encuentro con los más ligeros eventos de ese paso por las costas de la mar y los barrios del puerto, con sus jóvenes mulatos desfilando entre la sofocación y el jolgorio de las noches. Como si la voz que celebra la vida pasada fuese un viejo recaudador de impuestos para los patronos del algodón y no el joven disoluto e insaciable que sucumbe ante la luz y los lances del paisaje.
10
Olvidemos la bahía
bajo la noche,
sin ciudad,
sin nosotros.
Cifremos la dicha
de su mar verde azul.
Abandonémosla a su propio duende
soñando un lugar del mundo
sacudiendo en sus aguas
pájaros, ramajes y delirios
bajo el designio de los dioses.
Alguna crueldad oculta tanta dicha
llevando la bahía en nuestro viaje.
Y aun lejos
–espejo del olvido–
veré en la mar de mis pupilas
su angustia que profunda
ruge en la noche.
La sección 'Trenes nacionales' es un ejercicio oriental cuyo modelo parece ser algún o algunos poemas de Alvaro Mutis o el recuerdo de El guardagujas, de Juan José Arreola. Aquí vuelve Vargascarreño a incurrir en una memorable práctica china: manosear tanto el modelo hasta hacerlo desaparecer en otro ser. El otro, el mismo.
2
Se sabe también de los trenes que regresan entre neblinas, en religioso mutismo, antes del amanecer. Leves, invaden con su larga sombra la estación, y allí se instalan en absoluto silencio, como respirando alivio a su memoria de tantas rutas ya vejadas. Apenas clareando, huyen con su esperpento sin rumbo conocido, pero antes borran su jornada de toda memoria humana para no atreverse siquiera a humillar la vida.
10
Para todos puede haber un tren destinado en su justo momento. Ya se acerca uno conocido para ti. Asómate a la ventana y apréstate para su paso. Observa su estela tenebrosa y no le temas a su estruendoso silencio ni a su gélida vaharada. Busca en sus ventanillas tus rostros familiares –ellos te reconocerán– y lánzales tu desolado y breve saludo. Mañana serás el pasajero del eterno itinerario anhelando el más leve descanso en cualquier estación del olvido.
En el siguiente capítulo, Vargascarreño encara el dilema de usar de signos que ni son la cosa o el acto y por abuso, engaño o deterioro, deben ser rectificados como quiso Confucio. Lo que ya no significa debe ser corregido o borrado. Piedra a piedra, palabra a palabra, es también cumplido a Rafael Cadenas, y sin duda a José Saramago para quien "vivimos en el paraíso de la palabra inútil y la imagen que no sirve, un mundo donde la audiencia es venerada en todos los altares y el sistema ha convertido en cómplices a sus propias víctimas”. Para el silencioso Cadenas “pasamos por alto que las palabras son intentos de representación no la realidad misma. Olvidamos lo inaccesible de lo representado, sobre todo cuando el objeto no es un objeto sino un intangible, un sentimiento”.
10
Se puede cosechar una palabra
como un buen rencor.
Es posible que la palabra reloj se mueva,
pero su tiempo es inmóvil.
Hay algo indescifrable en la palabra enigma,
pero una vez resuelto,
el enigma es más profundo.
Todos gritan una sola palabra al unísono,
pero cada uno, míseramente,
reclama lo suyo.
Un misterio no develado
yace en la palabra misterio.
Cuando descubrimos
la desolación del hombre,
comprobamos lo animales que somos
de mudas y estériles palabras.
Piedra a piedra,
palabra a palabra
hemos levantado
las más oprobiosas ignominias.
Piedra a piedra,
palabra a palabra,
también las hemos sabido
derrumbar.
Y así hasta el fin. Vargascarreño sabe que nada llevaremos al Hades, a los Campos Elíseos, o al Tártaro y es bien inútil contratar a Caronte para un viaje como ese. Mejor, parece decir el poeta de Zapatoca, hacer el viaje que proponía José Lezama Lima entre la sala del comedor y el retrete, recorriendo mentalmente la vida.
Vuelvo al inicio de mi viaje.
Regreso al final de todo hombre
sabiéndome soñado.
Me despojo de esta máscara
y ajusto el rostro a la Nada.
Mañana fue un día,
No recuerdo cuándo.
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