Camina sílaba a sílaba
como la fuente
que solo se detiene en la boca del cántaro.
Ahí consiente repartir el agua.
A la audacia de los jóvenes, a la timidez
de quienes ya no lo son, mata la sed.
A los que tropiezan en la falta
de amor, a los que muerden las lágrimas
en secreto, da de beber.
Acerca a los labios febriles
la frescura de la piedra. No dejes
que el miedo multiplique las garras.
Sílaba a sílaba
camina hasta el cántaro
vacío. -¡Tan lleno ahora!
Eugénio de Andrade, Los surcos de la sed-Os sulcos da sede (Calambur, 2001).
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