para ver morir lo amado. Desamarrar el paisaje
volviendo la vida a su andar antiguo.
Una ciudad pequeña al borde de un río, lejanas
montañas de tenue azul la amurallan.
Como estampas gigantes, fantasmales caballeros
de un siglo español discuten sentados
alrededor de la plaza principal.
Y el endurecido oro de los libros escolares
se apaga ante la belleza del tiempo recobrado.
Cruce de caminos: la escuela, la plaza, la casa-quinta
y el bar. Y allí
un tablero negro con indicaciones morales.
Suntuosa noche en la diagonal de la plaza.
Un senador romano aspirando el aire de las
magnolias y el caballo del Cid
sobrevolando mi sueño.
El terror del verano incendió mi cuerpo.
Calcinado figurín de historia entre héroes
¿qué?
Confín de la literatura, amojosado pan en los
cajones, endurecida tinta.
Mi velocidad es la de las nubes en el cielo
engaño visual.
¿Qué se mueve: la luna o las nubes?
pregunté a mi padre,
y él respondió:
poetry, Gedicht, poesía
polvo, pobreza, poetry.
Confín anegado, húmedo de la literatura.
Safo en su barca cerca del cine.
Y en el bar de siempre
nuestro hermoso Wilde espera atento.
El Conde Arnaldo detenido en una vertiente
piensa en aquella canción no cantada.
Infame bandera, fuentes de sangre
y camelias.
Cosquín es un bordado azul sobre
los hombros de un Neptuno muerto.
Niní Bernardello en Malfario (1985), incluido en Poetas argentinas (1940-1960) (Ediciones del Dock, Buenos Aires, 2006, ed. de Irene Gruss).
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